10.04.2007

PROSOEMA No. 50 (26/10/2007)

CONSEJOS DE ARTISTAS

Armando José Sequera


En algún momento de sus vidas, todos los artistas del mundo se han visto abordados por jóvenes que les piden consejo para iniciarse en el arte que dominan.
El propósito, la mayoría de las veces, es para solicitar una fórmula que, a manera de atajo, acorte el camino hacia la fama. En menor cantidad de ocasiones, la petición responde a un deseo sincero de aprender a cultivar un arte, sin importar las consecuencias.
En ambas oportunidades, las respuestas de los consagrados revelan en buena medida quiénes son y que tanta estima se tienen. Además, muestran qué tan afectos son los artistas a considerarse o no maestros en su especialidad.
Para ilustrar mejor esta afirmación, he reunido cuatro anécdotas que tienen como denominador común el contener respuestas de notables artistas a consejos solicitados por jóvenes que se iniciaban.
Dichas anécdotas están protagonizadas por el compositor austriaco Wolfgang Amadeus Mozart, la actriz Sarah Bernhardt y el escultor Auguste Rodin, ambos de nacionalidad francesa, y el escritor estadounidense Sinclair Lewis.
Curiosamente, las respuestas de Bernhardt, Rodin y Lewis son coincidentes.
Mi ejemplo no le sirve
Al término de la representación de una de sus óperas, Wolfgang Amadeus Mozart fue abordado por un joven aspirante a compositor, que quería que le dijera cómo podía desarrollar su talento.
-Debe empezar por componer cosas sencillas -le aconsejó Mozart-, canciones por ejemplo.
-¡Pero usted componía sinfonías cuando era niño! -protestó el aspirante a compositor.
-Cierto -contestó Wolfgang Amadeus-, pero yo no tuve que acudir a nadie para que me dijera cómo desarrollar mi talento.
Morder los frutos de la vida
Una joven que se iniciaba en el teatro le pidió un consejo a la actriz francesa Sarah Bernhardt y ésta le dijo con vehemencia:
-¡Muerde! ¡Muerde!
Como la joven no comprendió que le había querido decir la Bernhardt, exclamó:
-No entiendo.
La gran actriz, que entonces pasaba de los sesenta años, le explicó:
-Que muerdas a grandes bocados y sin miedo todos los frutos de la vida. Pero hazlo cuando están todavía en el árbol. No esperes a que los haya tomado alguien y ya los tenga en su cesto.
Trabajar, trabajar y trabajar
El escultor francés Auguste Rodin -quien vivió entre 1840 y 1917-, tuvo en sus últimos diez años de existencia su estudio y su vivienda en el hotel Biron de París, una edificación del siglo XVII. Al morir, donó toda su obra al Estado francés, el cual, en 1918 inauguró en el mismo hotel Biron un museo en su honor.
En ese estudio del hotel Biron, Rodin recibió un día a un joven que le pidió orientación para llegar a ser un buen escultor.
-Trabajar, trabajar y trabajar, ese es el gran secreto.
La respuesta no satisfizo al aspirante a escultor, por lo que Rodin agregó:
-“Trabajar, trabajar y trabajar” significa agotarse todos los días en el trabajo.
Esta frase, “agotarse todos los días en el trabajo”, aunque tampoco fue del agrado del joven aspirante a escultor, se emplea con frecuencia para simbolizar la dedicación que Rodin tenía para con su arte.
Escribir, escribir y escribir
Al concluir una conferencia y mientras guardaba sus papeles en un portafolios, un grupo de estudiantes se acercó al novelista estadounidense Sinclair Lewis y, después de felicitarlo, le pidieron que les diera algunas nociones del arte de escribir, ya que todos ellos querían ser escritores.
-¿Cuántos de ustedes pretenden realmente ser escritores? -preguntó Lewis.
Todos los estudiantes levantaron sus brazos.
-En ese caso -dijo el novelista ganador del Premio Nóbel de Literatura de 1930, cerrando su portafolios-, no vale la pena que les hable. Mi único consejo es que vayan a sus casas y escriban, escriban y escriban.

PROSOEMA No. 49 (19/10/2007)

ESCALAS DE LECTOR


Juan Villoro

Las vacaciones pueden definir la vocación de un individuo, sobre todo de quienes en la niñez o en la juventud se entregan a la lectura por mero placer. La afición más inocente y prestigiosa encierra a veces un destino.

Tenía doce años cuando nuestra maestra de Lengua Nacional decidió que estábamos en edad de merecer un clásico. Llevó varios libros a la clase y escogí El cantar de mio Cid porque acababa de ver la película con Charlton Heston y Sophia Loren.
Hasta entonces sólo conocía historias por la televisión, que atravesaba su época de oro (La isla de Gilligan, El Superagente 86) y por los coloridos episodios de los comics (Batman, La pequeña Lulú). El encuentro con las letras clásicas fue un desastre; me pareció increíble que una película maravillosa se hubiera hecho con un guión tan malo.
Obviamente, no estaba en condiciones de apreciar aquella obra fundacional (hubiera necesitado la espada del Cid para abrirme paso en su intrincado lenguaje). Luego leí Corazón, diario de un niño, de Edmundo De Amicis. Lloré sin parar, preguntándome si alguien leería eso por gusto (yo, al menos sufría para aprobar una materia).
Mi siguiente encuentro fue del tercer tipo: un viaje extremo, Aventuras del capitán Hatteras, de Verne. La expedición al Polo Norte me cautivó como una experiencia desaforada, irrepetible. Pensé que nada me produciría una impresión equivalente, capaz de hacerme soñar en la novela y confundir los días con las noches.
Me equivoqué: La isla del tesoro me produjo un asombro superior. La leí en unas vacaciones en Veracruz, después de visitar un presidio donde encerraban a los piratas en celdas minúsculas. Un espanto adictivo acompañó esa trama de cuchilleros; no tuve que soñar con ella porque la lectura se parecía demasiado al sueño.
El quinto libro fue el definitivo: De perfil, de José Agustín. Lo leí a los 15 años, en las vacaciones entre la secundaria y el bachillerato, y descubrí, con idénticas dosis de curiosidad y alarma, que trataba de un mexicano de 15 años en las vacaciones entre la secundaria y el bachillerato. El protagonista vivía en un barrio próximo al mío y no tenía nombre (supuse que para que no me reconocieran, pues sin duda se trataba de mí). Fue mi primera lectura en espejo, la comprobación definitiva de que un libro depende de quien lo lee.
Si tuviera que escoger al lector ideal, pensaría en alguien que aún no ha sido raptado por los libros y que, por primera vez y para siempre, ingresa a un dominio que no podrá abandonar.
Estas fueron las cinco escalas del rapto esencial.

____________________________
Texto tomado del diario argentino La Nación, Buenos Aires, 17 de julio de 2005.

PROSOEMA No. 48 (12/10/2007)

DOS POEMAS

Marissa ArroyalCÍRCULO AZUL
El mar azul tiene la ciudad,
la ciudad tiene la montaña,
la montaña tiene el árbol,
el árbol tiene la flor,
la flor tiene el pájaro
y el pájaro el cielo azul.

__________________________
EL RÍO
Caballo de agua que pasa
entre hondos tallos de laca.
Viene con aromas de sombra.
Viene con peces de nácar.
Siempre el mismo y siempre otro.
Caballo de la montaña.

__________________________

LA MONTAÑA
QUE VINO DEL MAR
Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2007.
__________________________

Texto de la Presentación del libro
Desde que conozco a Marissa Arroyal, he sabido de su amor por las montañas que constituyen el límite norte de la ciudad de Caracas.
Gran parte de los poemas escritos por ella que he tenido ocasión de leer, los ha inspirado en parte o en su totalidad la serranía del Ávila.
Como algunos de estos textos están integrados en libros y otros no, he llegado a pensar que el propósito de Marissa es componer un gran rompecabezas, cuya imagen definitiva sea un colosal retrato de ese conjunto de montes que resguarda a la capital venezolana de las correrías de los huracanes caribeños.
Pero no un retrato simple, como el que se realiza mediante una cámara fotográfica y en el que, tal como los difuntos, todo queda igualito, sino un retrato amoroso, de esos que una persona enamorada hace del objeto de su adoración.
En cada uno de estos poemas, Marissa Arroyal muestra al Ávila que todos podemos ver pero, especialmente, a aquel que ve con su gran sensibilidad y en el cual ha experimentado momentos inolvidables.
Ambos ávilas son dibujados por ella con las mismas palabras sencillas y cariñosas de quien trata de conservar, en la memoria propia y la ajena, las imágenes de su particular Paraíso.
Como su amigo me consta que este trabajo lo hace con la minuciosidad y el compromiso de quien cose con hilos de oro.
Y ha sido por esta entrega a la palabra y al objeto que ella designa, que el libro que hoy presentamos, La montaña que vino del mar, se hizo acreedor al Premio Único de la Bienal “Canta Pirulero”, del Ateneo de Valencia, en su versión de 2004.
En él, la serranía del Ávila se pone al alcance del niño lector, en versos límpidos, frescos, como las aguas que descienden de la montaña.
En él, también, se expone en muy selectas palabras, cómo el mar construyó a la amada montaña; cómo los arroyos avileños escriben mediante acrobacias, su descenso hasta el valle de Caracas; cómo la serranía se cubre de helechos de luz para mostrar su inigualable verdor; cómo la brisa, cuando pasa entre los bambúes, propone un baile a las hojas secas y a las lagartijas; y cómo una mata de plátano, en el abismo de un barranco, da la impresión de haber naufragado en la vida.
Invito a comprar y a leer este libro hecho con el amor de quien pareciera dispuesta a arrullal a sus lectores.
Muchas gracias.
___________________________
Texto: Armando José Sequera. Leído en Valencia, estado Carabobo, el 28 de septiembre de 2007-09-28, en el II Encuentro de Literatura Infantil y Juvenil.

PROSOEMA No. 47 (05/10/2007)

ENTREVISTA A JULIO VERNE

Robert H. Sherard


Julio Verne en casa. Su propia narración de su vida y su obra

"El gran pesar de mi vida ha sido el hecho de que nunca he tenido lugar alguno en la literatura francesa."
El hombre decía estas palabras al tiempo que su cabeza se inclinaba y una gran tristeza parecía asomar en la alegre y cordial voz.
"No he tenido lugar alguno en la literatura francesa" – repitió. ¿Quién era aquel que hablaba así, con la cabeza gacha y con tono de tristeza en su alegre voz? ¿Algún escritor de folletines baratos pero populares para la prensa, algún hombre de letras que nunca ha tenido escrúpulo en declarar que él se ha ganado su vida con su pluma como instrumento y que siempre ha preferido el dinero en efectivo de la Sociedad Francesa de Letras a la gloria y el honor? No. Extraño, monstruoso, así parece ser, pero nuestro hombre no es otro que Julio Verne. Sí, Julio Verne, el Julio Verne, su Julio Verne y el mío también, aquel que nos ha deleitado a todos alrededor del mundo durante tantos años y que seguirá encantando a muchos durante generaciones y las generaciones por venir.
Fue en la habitación de descanso de la Sociedad Industrial de Amiens que el maestro me dijo estas palabras. Nunca olvidaré el tono de tristeza con las que las dijo. Era como la confesión de una vida sin sentido, el suspiro de un viejo hombre que nunca puede volver hacia atrás. Me causó un dolor tan profundo oírlo hablar de aquella manera y todo lo que pude hacer fue decirle, con verdadero entusiasmo, que él era para mí y para millones como yo, un gran maestro, la persona que tanto admiramos y respetamos, el novelista que nos deleitó a muchos de nosotros, mucho más de lo que lo hubiera hecho cualquier novelista que hubiera tomado alguna vez una pluma en la mano. Pero él sólo se limitaba a agitar su cabellera gris y decir: "No cuento para nada en la literatura francesa". Sesenta y seis años y todavía se mantiene fuerte de espíritu. Muchos rasgos de su cara me hacen recordar a Víctor Hugo: como un viejo capitán de mar, rojo de cara y lleno de vida. Un párpado ha comenzado a caer ligeramente, pero la mirada se mantiene firme y clara. De su persona emana un aroma de bondad interior y de corazón. Éstas han sido las características del hombre, del cual Héctor Malot (1) dijo, algunos años atrás, que era el mejor de los compañeros; del hombre al cual el frío y reservado Alejandro Dumas quería como a un hermano; del hombre que no tiene ni ha tenido nunca, a pesar de su gran éxito, un enemigo real. Desafortunadamente, su salud le preocupa. Últimamente sus ojos se han debilitado y, por momentos, él se siente incapaz de guiar su pluma. Y hay algunos días en los cuales la gastralgia lo martiriza. Pero él sigue tan valiente como siempre.
"He escrito sesenta y seis volúmenes" –dijo–, " y si Dios me concede vida llegaré a ochenta".
Julio Verne vive en el Bulevar Longueville, en Amiens, en la esquina de Rue Charles Dubois, en una espaciosa casa que él alquila. Es una casa de tres pisos, con tres filas de cinco ventanas que abren hacia el bulevar, tres ventanas en la esquina y tres más que tienen su ubicación hacia la Rue Charles Dubois. La otra entrada está en esta calle. Desde las ventanas que dan hacia el bulevar se puede tener una vista muy pintoresca del pueblo de Amiens con su vieja catedral y otros edificios medievales. Justo delante de la casa y al otro lado del bulevar hay un pedazo de vía férrea, la cual –estando exactamente en la dirección opuesta a la ventana del estudio de Verne–, desaparece en un lugar de la calle, donde hay una gran plaza, en la que la banda del regimiento toca cada vez que el tiempo se lo permite. Esta combinación le sugiere a mi pensamiento un emblema del trabajo del gran escritor: el tranvía acercándose, con el rugido y el estrépito de lo ultramoderno y el romance de la música. Y, ¿no es ésta combinación de la ciencia y el industrialismo las que hacen que sean elementos más románticos en la vida real que en las novelas de Verne, donde poseen una originalidad que no puede encontrarse en los trabajos de ningún otro escritor vivo, incluso ni en aquellos que sí tienen un lugar dentro de la literatura francesa?
La residencia del novelista
Una alta pared bordea la Rue Charles Dubois y esconde el patio y el jardín de la casa de la vista del transeúnte. Una vez que uno llama a la puerta ubicada en la pequeña entrada lateral, la puerta es abierta e inmediatamente se encuentra en un patio pavimentado. En la dirección opuesta se encuentran la cocina y las oficinas; a la izquierda un agradable jardín repleto de árboles y a la derecha de la casa una larga fila de anchos pasos se extienden a lo largo del camino. Un acogedor lugar lleno de flores y palmas forma el vestíbulo. Atravesando éste, el visitante entra en la sala, la cual está ricamente amueblada con mármoles y bronces, bellas figuras colgantes y las más cómodas butacas. Era la típica habitación de un hombre común, sin ningún rasgo característico en específico. Parece una habitación poco usada; esto se debe al hecho de que los señores Verne son personas muy simples, que no les importa mostrar su riqueza, sino disfrutar de tranquilidad y comodidad. El comedor, que era la habitación inmediata, solo se usaba en caso de cenas especiales o cuando la familia celebraba una fiesta. El novelista y su esposa realmente comen en una pequeña habitación que está al lado de la cocina. Desde que el visitante entra al patio puede divisar en la esquina lejana de la casa una alta torre y la escalera en forma de espiral que termina en las habitaciones del piso superior de la torre. Al llegar a la cima de la escalera llegamos a los lugares de dominio privado del señor Verne. Luego de llegar aquí, encontramos un pasillo con alfombras de color rojo, al igual que la escalera.
A lo largo del mismo se divisan varios mapas y al final, en una esquina, se encuentra una pequeña habitación, la cual está amueblada con la armadura de una cama. Junto a un pequeño balcón se encuentra una pequeña mesa donde se puede ver una gran cantidad de papel manuscrito delicadamente cortado. Sobre el manto que cubre la pequeña chimenea se encuentran dos estatuas, una de Moliere y la otra de Shakespeare, y sobre éstas un cuadro pintado con acuarela, que representa la entrada de un yate a la bahía de Nápoles. Es ésta la habitación en la que Verne trabaja. El cuarto contiguo está reservado para varios estantes llenos de libros que van desde el techo hasta la alfombra.
Al hablar sobre sus métodos de trabajo Verne dijo: "Me despierto todas las mañanas poco antes de las cinco –quizás un poco más tarde en la temporada invernal–, y a las cinco ya me encuentro en mi escritorio y permanezco trabajando hasta las once. Trabajo muy despacio y con gran cuidado, escribiendo y volviendo a escribir hasta que cada oración tome la forma que yo deseo. Siempre tengo, al menos, en mi mente las ideas de hasta diez novelas paralelas, siempre estoy pensando en nuevas historias. De esta forma, si trabajo con perseverancia, no tendré dificultad en completar las ochenta novelas de las cuales le hablé. Pero es en las correcciones donde invierto la mayor parte del tiempo. Nunca estoy satisfecho cuando he hecho menos de siete u ocho revisiones y las corrijo una y otra vez, hasta que se pueda decir que la última corrección tiene pocos rastros de lo que una vez fue el manuscrito original. Esto significa un gran sacrificio, tanto desde el punto de vista monetario como de tiempo. No obstante, siempre he intentado hacer todo lo que esté a mi alcance para respetar la forma y el estilo, aún cuando las personas nunca me han hecho justicia en lo que respecta a esta consideración".
Entramos juntos en la habitación de la Sociedad Industrial. Al entrar, Verne me señaló hacia una pila de hojas. "La sexta corrección" –dijo–. Luego me mostró un gran manuscrito que miré con gran interés, "esto es..." –dijo el novelista, con su genial sonrisa–, " es sólo un informe que voy a enviar al Consejo Municipal de Amiens, del cual soy miembro. Yo muestro gran interés por los asuntos del pueblo".
Le había pedido al señor Verne que me contara de su vida y su trabajo. Él me dijo que me diría cosas que nunca antes había dicho. Mi primera pregunta fue sobre su juventud y su casa natal y esto fue lo que me dijo:
"Nací en Nantes el 8 de febrero de 1828, de manera que en estos momentos tengo sesenta y seis años. Debe ser mejor que se me pregunte por mis impresiones de la vejez y no por los recuerdos de mi niñez. Éramos una familia muy feliz. Nuestro padre, que fue un hombre admirable, era parisiense de nacimiento o, más bien, de educación. Realmente él nació en Brie, pero fue educado en París, donde cursó sus estudios universitarios y se graduó como abogado. Mi madre era bretona, de la ciudad de Morlaix, de manera que por mis venas corre una mezcla de sangre bretona y parisiense".
Estos elementos son interesantes desde el punto de vista psicológico y ayuda a las personas a entender el carácter de Julio Verne que lleva en su interior la alegría de la vida de un frecuentador de bulevares parisienses. Claretie escribió sobre esto: “Él es igual a esas personas que suelen frecuentar los bulevares de París. Tiene ese carácter desde la punta de los dedos hasta las de los pies”. Verne además ama la soledad, la religiosidad y adora el mar, los cuales son rasgos que heredó de la parte bretona.
"Tuve una juventud muy feliz. Mi padre era abogado en Nantes y estaba en posesión de una buena fortuna. Él era un hombre de cultura y de un gran saber literario. Él escribía canciones en la época en que aún en Francia se escribían; esto fue en los años desde el 1830 hasta el 1840. Pero él era un hombre que no tenía ambiciones y, aunque podría haberse distinguido en el campo de las Letras –si así lo hubiera querido–, evitaba todo tipo de publicidad. Sus canciones se cantaban dentro del ámbito familiar. Muy pocas de ellas fueron impresas. Puedo comentarle que ninguno de nosotros ha sido ambicioso; hemos intentado disfrutar nuestras vidas y hacer nuestro trabajo lo más tranquilamente posible. Mi padre murió en 1871, a la edad de setenta y tres. Él podría haber dicho Tenía dos años cuando el siglo nació, en honor al comentario del famoso Víctor Hugo sobre la fecha de su nacimiento. Mi madre murió en 1885, dejando cinco hijos y treinta y dos nietos y, si contamos a los primos y primos hermanos, en total serían noventa y siete descendientes. Todos nosotros aún vivimos, es decir, la muerte no nos ha llevado a ninguno de los cinco. Somos dos varones y tres hembras y todos estamos vivos en estos momentos. Los hombres y las mujeres de Bretaña son de constitución sólida. Mi hermano Paul era y es mi más estimado amigo. Sí, realmente puedo decir que él no sólo es mi hermano, sino que es, además, mi amigo más íntimo. Y nuestra amistad comenzó desde el primer día que puedo recordar. ¡Qué excursiones tan maravillosas solíamos hacer montados en botes remendados a través del Loira! Cuando tenía quince años no había un sólo rincón o lugar del Loira que no hubiésemos explorado. ¡Qué embarcaciones más peligrosas eran aquellas y que riesgos corríamos! A veces, yo era el capitán, en otras ocasiones era Paul. Pero Paul era el mejor de los dos. Después de que se alistó en la marina, él se podría haber convertido en un funcionario muy distinguido. Pero no hubiera sido un Verne. O sea, quiero decirle, él no tenía ambiciones".
"Empecé a escribir cuando tenía doce años. Escribía entonces poesía y los poemas no eran muy buenos. Aún recuerdo uno que compuse para el cumpleaños de mi padre. Fue recibido muy bien, incluso, fui felicitado y me sentía bastante orgulloso. Recuerdo que por esa época yo solía pasar un gran tiempo ocupado con mis escrituras, copiando y corrigiendo. Nunca llegaba a sentirme satisfecho con lo que había hecho".
"Supongo que unos pueden ver en mi amor por la aventura y por el mar lo que sería el giro que tomaría mi mente unos años más tarde. Ciertamente, el método de trabajo que yo tenía se me ha afianzado desde entonces y ha permanecido conmigo durante toda mi vida. No creo que haya hecho en alguna ocasión algún trabajo descuidado".
"No, no puedo decir que fui particularmente atrapado por la Ciencia. De hecho, nunca he estudiado Ciencias. Pero en la época en que era un muchacho adoraba ver como trabajaban las máquinas. Mi padre tenía una finca en Chantenay, una ciudad situada cerca del Loira. Cerca del lugar, se encontraba la fábrica de máquinas gubernamentales de Indret. En ninguna de mis estancias en Chantenay dejé de visitar la fábrica. Allí, me quedaba de pie horas y horas observando como las máquinas hacían su trabajo. Esta característica ha seguido conmigo por el resto de mi vida. Aún hoy, siento tanto placer en mirar como trabaja la máquina de vapor de una locomotora como en contemplar un cuadro pintado por Raphael o Correggio. Mi interés en las industrias humanas siempre ha sido un marcado rasgo de mi carácter, tan marcado, de hecho, como mi amor por la Literatura –de la que hablaré en unos momentos– y mi deleite por las bellas artes que me han llevado a visitar cada museo y galería de alguna importancia en Europa. La fábrica de Indret, las excursiones en el Loira y mi intento de escribir versos fueron las tres grandes pasiones y ocupaciones de mi juventud."
Cómo fue educado
"Fui educado en el liceo de Nantes, donde permanecí hasta que concluí con mis clases de Retórica. Luego, fui enviado a París con el objetivo de estudiar Leyes. Mi estudio favorito siempre ha sido la Geografía, pero en la época en que estuve en París fui completamente atrapado por los proyectos literarios. Estaba bajo la gran influencia de Víctor Hugo. De hecho, me encontraba muy excitado leyendo y volviendo a leer sus trabajos. Por aquel entonces, si me lo preguntaban, quizás podría haber recitado páginas enteras de Nuestra señora de París. Pero fue su trabajo dramático el que más influyó sobre mí y fue, bajo esta influencia, que a los diecisiete años comencé a escribir varias tragedias y comedias, por no mencionar novelas. De esta forma, escribí una tragedia en verso en cinco actos titulada Alejandro VI, la cual era la tragedia del papa Borgia. Otra de las tragedias en cinco actos y en verso que escribí por esa época fue La conspiración de la pólvora, con Guy Fawkes como héroe. Un drama bajo Luís XV, fue otra de las tragedias en versos y, en cuanto a las comedias, existía una en cinco actos y en verso llamada Los felices del día. Todo este trabajo fue realizado con el mayor cuidado y con la constante preocupación de que el estilo me pareciera el correcto. Siempre he cuidado mucho el estilo, pero las personas nunca me han dado crédito por eso".
"Llegué a París a estudiar en la época en que abundaban aquellas jóvenes de origen latino que se erigieron en una clase trabajadora. No puedo decir que frecuentaba las habitaciones de muchos de mis compañeros de estudio. Es conocido que nosotros, los bretones, somos personas que gustan de no hacer muchas nuevas amistades. Casi todos mis amigos eran viejos compañeros de escuela de Nantes, los cuales habían tenido la oportunidad de llegar a la Universidad de París al igual que yo. Mis amigos eran casi todos músicos y, en ese periodo de mi vida, yo era músico también. Yo entendía armonía y creo, ahora puedo decirle, que si hubiera elegido la carrera musical podría haber tenido muchas menos dificultades que muchos otros para tener éxito. Víctor Masse era un estudiante amigo mío y también lo era Delibes, con quien llegué a entablar una íntima relación. Solíamos tratarnos de tú, el uno al otro. Estas fueron algunas de las personas con las que tuve cierta amistad cuando estaba en París. Entre mis amigos bretones, se encontraba Aristide Hignard, un músico que, aunque había ganado el segundo Prix de Roma, nunca llegó a tener el éxito esperado. Solíamos trabajar juntos. Yo escribía la letra y él, la música. De esa manera, produjimos una o dos operetas, las cuales fueron escenificadas, y algunas canciones".
"Una de estas canciones se titulaba Los Gavieros. Solía ser cantada por el barítono Charles Bataille, quien era muy popular por aquella época. El coro según recuerdo era algo así como:
Alerta,
Alerta, muchachos, alerta,
El cielo es azul, el mar es verde,
Alerta, alerta

"Otro de los amigos que conocí siendo estudiante y que ha continuado siendo mi amigo desde entonces es Leroy, el diputado actual de la ciudad de Morbihan. Pero el amigo a quien le debo la deuda más profunda de gratitud y afecto es Alejandro Dumas, el hijo, el cual conocí a la edad de veintiuno. Nosotros nos hicimos amigos casi al instante. Él fue el primero en animarme. Pudiera decirse que él fue mi primer protector. No nos hemos encontrado desde hace un buen tiempo atrás pero, mientras yo viva, nunca me olvidaré de su bondad ni tampoco la deuda que tengo con él. Él me presentó a su padre; él trabajó junto a mí en colaboración. Juntos escribimos una obra llamada Las pajas rotas, la cual fue escenificada en el teatro parisiense Gymnase, además de una comedia en tres actos que titulamos Once días de asedio, la cual fue puesta en escena en el Teatro Vaudeville. En aquel entonces yo vivía en una pequeña pensión, mantenido por mi padre, y fue entonces cuando comencé a tener los sueños de riqueza que me llevaron a una o dos especulaciones en la Bolsa. En verdad, esto no hizo realidad mis sueños. Sin embargo, extraje algún beneficio de mis constantes visitas a la Bolsa. Fue ahí donde llegué a conocer los secretos del comercio y la fiebre de los negocios, las cuales he descrito y usado a menudo en mis novelas".
"Al mismo tiempo que especulaba en la Bolsa, colaboraba con Hignard en operetas y canciones, con Alejandro Dumas en comedias; también escribí cuentos que fueron apareciendo en algunas revistas. Mi primer trabajo se publicó en la revista Museé des familles, donde podrá encontrar una historia mía sobre un hombre que no estaba en sus cabales y el cual iba dirigiendo un globo. Éste fue el primer indicio sobre el estilo de novela que posteriormente seguí. Por aquellos años era secretario del Teatro Lírico y, luego, secretario del señor Perrin. Adoro el teatro y todo lo que esté conectado a él y el trabajo que más he disfrutado ha sido, sin duda, el de haber escrito obras para la escena".
El principio del éxito literario
"Tenía veinticinco años cuando escribí mi primera novela científica. Se tituló Cinco semanas en globo. Fue publicada por Hetzel en 1861 e, inmediatamente, se convirtió en un gran éxito".
Al llegar a este punto de la conversación interrumpí a Verne y le dije: "Quiero que me diga cómo escribió la novela y por qué, y qué preparación tenía para hacerla. ¿Tenía conocimiento de cómo se viajaba en un globo o había tenido alguna experiencia propia?"
"Ninguna" –contestó Verne–, "escribí Cinco semanas en globo, no pensando en una historia sobre como viajar en globo, sino en una historia sobre África. Siempre he estado muy interesado en la Geografía y los viajes y, con la novela, quise dar una descripción romántica de África. De manera tal que no había otra forma de llevar a mis viajeros hacia África a no ser en un globo, y esta es la respuesta de por qué es introducido un globo en la historia. En ese momento, nunca había hecho un ascenso en globo. De hecho, sólo he viajado en globo en una ocasión en mi vida. Fue en Amiens, mucho después de que mi novela fuese publicada. La travesía se verificó en tres cuartos de hora, debido a que tuvimos un problema al subir. Godard, el aeronauta, estaba besando a su pequeño hijo al tiempo que el globo comenzaba a elevarse; de manera que tuvimos que llevar al chico con nosotros. El globo estaba tan pesado que no pudo ir muy lejos. Viajamos hasta Longeau, una ciudad por la que usted pasó antes de llegar aquí. Puedo decirle que tanto en el momento en que escribí la novela como ahora, no tengo fe en la posibilidad de dirigir globos, a excepción de que se estuviera en una atmósfera completamente estancada como, por ejemplo, en esta habitación. ¿De qué manera se puede construir un globo que logre enfrentar corrientes de seis, siete u ocho metros por segundo? Es sólo un sueño, aunque creo que si la cuestión alguna vez fuera resuelta, sería con una máquina que fuera más pesada que el aire, siguiendo el principio del pájaro que puede volar aun cuando es más pesado que el aire".
¿Entonces usted no tenía ningún estudio científico en que basarse?
"Ninguno. Puedo decirle que nunca he estudiado Ciencias, aunque gracias a mi hábito de leer he podido adquirir conocimientos que me han sido útiles. Soy un gran lector y, cuando leo, lo hago con un lápiz en la mano. Siempre llevo un cuaderno conmigo e inmediatamente apunto, tal y como lo hacía Dickens, algo que me interese o que pueda ser de posible uso en mis libros. Vengo aquí todos los días después de almuerzo y de inmediato me dispongo a trabajar. Leo hasta quince publicaciones distintas, siempre las mismas quince, y puedo decirle que son muy pocos los artículos que aparecen en ellas que escapan a mi atención. Cuando veo algo de interés, lo escribo en mi cuaderno. Leo publicaciones tales como Revue Bleue, Revue Rose, Revue des deux mondes, Cosmo, La nature de Tissandier y L'astronomie de Flammarion. También leo los boletines de las sociedades científicas, sobre todo aquellos de la Sociedad Geográfica. Debo significar que la Geografía es mi pasión y mi estudio. En mi biblioteca personal, se encuentran todos los trabajos de Elisée Reclus –por el cual siento gran admiración–, y todos los de Arago. He leído una y otra vez, debido a que soy un lector muy cuidadoso, la conocida colección Le tour du monde, la cual es una serie de historias donde se describen viajes a diferentes partes del universo. Poseo miles de notas actualizadas sobre diferentes temas. En estos momentos, cuento con veinte mil notas que pueden ser revertidas en mi trabajo, pues hasta los días de hoy no han sido usadas. Algunas de estas notas fueron tomadas en conversaciones. Me gusta oír hablar a las personas, sobre todo a aquellas que me proveen de información sobre tópicos que conocen".
¿Cómo ha podido hacer lo que ha hecho sin estudio científico alguno?
"He tenido la buena fortuna de venir al mundo en una época en la que existen diccionarios de todo tipo. Si deseo buscar alguna información, todo cuanto tengo que hacer es localizarla en mi diccionario. Por supuesto, en mis horas de lectura también recopilo una gran cantidad de información. Como le dije anteriormente, muchas ideas siempre rondan en mi cabeza. Fue así como, un día, en un café en París, leí un artículo de El Siglo. En él se decía que un hombre podría viajar alrededor del mundo en sólo ochenta días. Inmediatamente, mi mente se iluminó con la posibilidad de que, debido a la diferencia horaria, el viajero pudiera adelantar o retrasar un día en su viaje. Había encontrado un argumento para una historia. No escribí la historia hasta mucho después. Siempre llevo varias ideas en mi cabeza durante años –diez o quince en algunas ocasiones–, hasta darles la forma definitiva".
"A través de mis novelas, mi objetivo ha sido dar una imagen de la Tierra y no sólo la Tierra en sí, sino del Universo. Recuerde que, en algunas ocasiones, he llevado a mis lectores más allá de la Tierra. Al mismo tiempo, he intentado mantener la belleza en el estilo. Se dice que no puede haber estilo en una novela de aventura. No es cierto, aunque admito que es más difícil escribir una novela de este tipo a un nivel literario aceptable, que escribir el tipo de novelas modernas, basadas en un estudio profundo de los personajes de la misma. Quiero aclarar –dijo Verne elevando ligeramente sus anchos hombros– que no soy un gran admirador de la llamada novela psicológica, porque no entiendo que tiene que ver una novela con la psicología. Exceptúo aquí a Daudet y De Maupassant (2). Siento gran admiración por De Maupassant. Él es un hombre genial que ha recibido del cielo el don de escribir sobre muchas cosas y lo ha hecho tan natural y fácilmente como un árbol de manzanas produce manzanas. Mi autor favorito, sin embargo, es y siempre ha sido Dickens. No sé más de cien palabras del idioma inglés, de manera que tengo que leer sus obras en traducciones. Declaro –dijo Verne, mientras situaba sus manos en la mesa con énfasis–, que he leído diez veces, al menos, todas las obras de Dickens. No puedo decirle que prefiero a Dickens y no a Maupassant, porque no hay comparación posible entre los dos. La prueba de mi admiración por Dickens es mi próxima novela llamada Aventuras de un niño irlandés. Soy también y siempre he sido, además, un gran admirador de las novelas de Cooper. Al menos quince de ellas las considero inmortales".
Las insatisfacciones del genio
Entonces, con aire de meditación pero hablando en alta voz, Verne agregó: "Cuando yo me quejaba de que mi lugar en la literatura francesa no había sido reconocido, Dumas solía decirme: Tú debías haber sido un autor americano o inglés. Entonces, tus libros traducidos al francés hubieran tenido una enorme popularidad en Francia y habrías sido considerado por tus compatriotas como uno de los más grandes escritores de ficción. Como puede comprobar, no ha sido considerado mi lugar dentro de la literatura francesa. Quince años atrás, Dumas propuso mi nombre para la Academia y, como en ese momento tenía varios amigos en la Academia entre los que estaban Labiche, Sandoz y otros, parecía que era la gran oportunidad para que se determinara mi elección y el reconocimiento formal de mi trabajo. Pero nunca ocurrió. Cuando recibo cartas de América dirigidas a Señor Julio Verne, miembro de la Academia Francesa, no puedo evitar una sonrisa. Desde el día en que mi nombre fue propuesto ha habido, desde entonces, no menos de cuarenta y dos elecciones en la Academia Francesa que, por así decirlo, se ha renovado completamente. Pero yo he sido olvidado".
Fue entonces que Verne dijo las palabras que, por su importancia, he ubicado al principio de este artículo.
Para cambiar la conversación, le pedí a Verne que me hablara de sus viajes y dijo: "Me he dedicado a la navegación por puro placer, pero siempre con el objetivo de conseguir información para mis libros. Esta ha sido mi preocupación constante y cada una de mis novelas han sido beneficiadas por mis viajes. De esta forma, en Un billete de lotería será encontrada la narración de mis experiencias y observaciones personales en una excursión que tuve la oportunidad de realizar a Escocia, Iona y Staffa; así como también de un viaje a Noruega, en el año 1862, cuando viajé desde Estocolmo hasta Christiana a través del canal. Fue un viaje extraordinario de tres días y tres noches en un vapor y luego llegamos a la parte más salvaje de Noruega llamada Tolemark. Visitamos, además, las cataratas de Gosta, la cual tiene una altura de novecientos pies. En Las indias negras está la descripción de mi gira por Inglaterra y mi visita a los lagos escoceses. La idea original de Una ciudad flotante sobrevino cuando viajaba hacia América, en al año 1867, a bordo del famoso transatlántico Great Eastern. Allí visité Nueva York, la ciudad de Albany y además el Niágara. Tuve la maravillosa oportunidad de ver el Niágara cubierto de hielo. Fue el día 14 de abril. Se podían ver algunos torrentes de agua entrando a raudales a través de algunos orificios abiertos en la superficie helada. Matías Sandorf fue el resultado de una excursión desde Tánger hasta Malta en mi yate, el St. Miche l, el cual fue nombrado así en honor a mi hijo Michel, que me acompañó en ese viaje, así como también me acompañaron su madre y mi hermano Paul. En el año 1878, tuve una instructiva y agradable excursión a través del Mar Mediterráneo junto a Raoul Duval, el hijo de Hetzel y mi hermano. Viajar era el gran placer de mi vida y fue con gran pesar que en el año 1886, fui forzado a abandonar tal distracción a consecuencia de mi accidente. Seguramente, usted sabe la triste historia de cómo un sobrino mío, que me adoraba y al cual yo también quería mucho, vino a verme un día a Amiens y, después de murmurar algo, ferozmente, me apuntó con un revólver y me disparó, hiriendo mi pierna izquierda. A consecuencia de este hecho, nunca más he podido caminar como lo hacía antes. La herida nunca se ha cerrado y nunca me han extraído la bala. El pobre muchacho estaba fuera de sus cabales. Luego, dijo que lo había hecho para atraer sobre mí la atención, de manera que se escucharan mis demandas por un puesto en la Academia Francesa. Él está ahora en un asilo y temo que nunca se curará. El gran pesar que esto me trajo es el hecho de que nunca más podré ver América de nuevo. Me hubiera gustado visitar la ciudad de Chicago este año pero, dado el estado de mi salud y esta herida que no cierra, será imposible para mí salir de Francia. Amo a América y a los americanos. Comoquiera que usted es americano y está escribiendo para ellos, asegúrese de decirles que si ellos me aman –que conozco que sí, debido a que recibo miles de cartas todos los años desde Estados Unidos–, yo les devuelvo su afecto con todo mi corazón. ¡Si pudiera ir y poder verlos a todos! ¡Esa sería la gran alegría de mi vida!
"Aunque la mayoría de las descripciones geográficas en mis novelas son extraídas de mi observación personal, en algunas ocasiones, he tenido que apoyarme en las cosas que he leído para hacer las descripciones. En la novela sobre la que le hablé, titulada Aventuras de un niño irlandés, la cual muy pronto será publicada, describo las aventuras de un muchacho en Irlanda. La historia comienza cuando el chico tiene dos años de edad y termina cuando cumple los quince, que es cuando él y sus amigos labran sus propias fortunas. ¿No cree que es un buen argumento para una novela? En el libro, el joven viaja por toda Irlanda y debo decirle que yo nunca he visitado ese país, de manera que todas las descripciones de los lugares y escenarios han sido tomadas de libros".
"Tengo varios libros esperando por ser impresos. La próxima novela, es decir, la que se publicará el próximo año se titula Las maravillosas aventuras de Antifer, y ya está completamente terminada. Es la historia de la búsqueda y hallazgo de un tesoro y en la novela se expone un problema geométrico muy curioso. Estoy muy apegado a la novela, la cual aparecerá en el año 1895, aunque no puedo decirle nada más por el momento. Al tiempo que elaboro éstas historias, también escribo cuentos. En el próximo número de El Fígaro, el cual será publicado para las navidades se publicará un cuento mío titulado, El señor Re–sostenido y la señorita Mi–bemol. Usted conoce que el re–sostenido y el mi–bemol son exactamente las mismas notas musicales, cuando son ejecutadas en un piano. Ahí está implícito mi conocimiento musical. Nada de lo que uno ha aprendido deja de utilizarse alguna vez en la vida".
"Las personas me preguntan a menudo, tal y como usted lo ha hecho, por qué resido en Amiens, especialmente yo, que era alguien tan parisino en mis instintos. Como le he dicho, soy de sangre bretona y adoro la calma y la tranquilidad y nunca podría ser más feliz que estando en un claustro. Una vida tranquila, llena de estudio y trabajo, es mi deleite. Llegué a Amiens en el año 1857. Aquí conocí a la mujer que es ahora mi esposa, la cual por aquel entonces –su nombre era Honorine de Viane– era viuda y tenía dos pequeñas hijas. Los lazos familiares y la tranquilidad del lugar me han mantenido desde entonces atado a Amiens. Hetzel me comentó hace unos días que, si yo viviera en París, hubiera escrito, al menos, diez novelas menos de las que he hecho. Disfruto mucho mi vida aquí en la ciudad. Ya le he dicho cómo es que trabajo por las mañanas y leo por las tardes. Hago tantos ejercicios como puedo. Ese ha sido el secreto de mi salud y mi fuerza. Continúo siendo aficionado al teatro y, siempre que hay una obra en el pequeño teatro de la localidad, puede estar seguro que podrá encontrar a la señora Verne y a su esposo en la luneta. Días atrás, nosotros cenamos en el Hotel Continental. Lo hicimos con el propósito de tener un momento de distracción y para darles un descanso a nuestros sirvientes. Nuestro único hijo, Michel, vive en París, donde está casado y tiene hijos. Él ha escrito algunos artículos científicos. Tengo sólo una mascota. Usted seguramente habrá visto en mi casa un cuadro de mi estimado y viejo amigo. Es un perro llamado Follet".
Un escritor mal pagado
Al llegar a este punto de la conversación le hice entonces a Verne una pregunta algo indiscreta, pero que me pareció era necesaria. He oído que los ingresos que Verne recibe por sus maravillosos libros están muy por debajo de los que gana un periodista ordinario. De fuentes confiables me ha llegado el comentario de que los ingresos de Julio Verne no llegan a un promedio anual de cinco mil dólares. Verne dijo: "Me gustaría no hablar sobre ese tema. Es cierto que mis primeros libros, incluyendo los más exitosos, se vendieron por una ínfima parte de su valor, pero después del año 1875, es decir, luego de escribir Miguel Strogoff, mis ingresos fueron reconsiderados y comencé a ganar una justa porción de las ganancias de mis novelas. No tengo queja alguna. Tanto mejor si mi editor ha ganado dinero también. Ciertamente, yo pudiera recriminarme a mí mismo el hecho de no haber concertado mejores contratos. Para que tenga una idea, La vuelta al mundo en ochenta días produjo en Francia una ganancia de diez millones de francos y Miguel Strogoff, siete millones. He tenido muy poca participación en estas ganancias. Pero yo no soy y nunca he sido un hombre de dinero. Soy un hombre de letras y un artista. Vivo siguiendo un ideal, generando nuevas ideas y mejorando con entusiasmo mi trabajo. Y, cuando he hecho mi trabajo, aparto todo de mi mente y olvido tantas cosas que, a menudo, me acomodo en mi estudio y comienzo a leer una novela de Julio Verne, y la leo con entusiasmo. Si mis compatriotas hubieran tenido un poco más de justicia conmigo, esto lo habría apreciado un millón de veces más que una ganancia de algunos miles de dólares que viniera de mis libros. Eso es lo que lamento y siempre lamentaré".
Sobre uno de los botones de la chaqueta azul de Verne, pude observar una insignia de color rojo que lo acredita como funcionario de la Legión de Honor.
"Sí" –dijo–, "ese es un reconocimiento". Entonces, con una sonrisa agregó: "Yo fui el último hombre condecorado por el imperio. Dos horas después de firmado el decreto que me hizo miembro de la Legión de Honor, el imperio había dejado de existir. Mi promoción a funcionario se firmó en julio del año pasado. Pero no son las condecoraciones lo que yo ansío. Lo que deseo es que las personas reconozcan lo que hecho o lo que he intentado hacer y no lo dejen pasar por alto. Soy un artista" –repitió Julio Verne, preparándose para levantarse al tiempo que apoyaba su pie en la alfombra.
"Soy un artista" –dijo Julio Verne.
Tan pronto como este artículo sea leído, toda América, seguramente se hará eco de sus palabras.
__________________
1. Literato y novelista francés (1830–1907). Autor de interesantes novelas, entre las que deben citarse Las víctimas del amor y Sin familia.
2. Su nombre completo era E. R. A. Guy de Maupassant (1850–1893). Célebre y fecundo novelista francés, el discípulo más aventajado de Gustavo Flaubert. Murió loco.
___________________
Esta entrevista fue publicada originalmente en McClure's Magazine, en enero de 1894.
Su traducción al español se debe al señor Ariel Pérez. La hemos tomada del formidable sitio web DDOOSS, de la Asociación de Amigos del Arte y la Cultura de Valladolid, cuya dirección electrónica es www.ddooss.org.