10.04.2007

PROSOEMA No. 50 (26/10/2007)

CONSEJOS DE ARTISTAS

Armando José Sequera


En algún momento de sus vidas, todos los artistas del mundo se han visto abordados por jóvenes que les piden consejo para iniciarse en el arte que dominan.
El propósito, la mayoría de las veces, es para solicitar una fórmula que, a manera de atajo, acorte el camino hacia la fama. En menor cantidad de ocasiones, la petición responde a un deseo sincero de aprender a cultivar un arte, sin importar las consecuencias.
En ambas oportunidades, las respuestas de los consagrados revelan en buena medida quiénes son y que tanta estima se tienen. Además, muestran qué tan afectos son los artistas a considerarse o no maestros en su especialidad.
Para ilustrar mejor esta afirmación, he reunido cuatro anécdotas que tienen como denominador común el contener respuestas de notables artistas a consejos solicitados por jóvenes que se iniciaban.
Dichas anécdotas están protagonizadas por el compositor austriaco Wolfgang Amadeus Mozart, la actriz Sarah Bernhardt y el escultor Auguste Rodin, ambos de nacionalidad francesa, y el escritor estadounidense Sinclair Lewis.
Curiosamente, las respuestas de Bernhardt, Rodin y Lewis son coincidentes.
Mi ejemplo no le sirve
Al término de la representación de una de sus óperas, Wolfgang Amadeus Mozart fue abordado por un joven aspirante a compositor, que quería que le dijera cómo podía desarrollar su talento.
-Debe empezar por componer cosas sencillas -le aconsejó Mozart-, canciones por ejemplo.
-¡Pero usted componía sinfonías cuando era niño! -protestó el aspirante a compositor.
-Cierto -contestó Wolfgang Amadeus-, pero yo no tuve que acudir a nadie para que me dijera cómo desarrollar mi talento.
Morder los frutos de la vida
Una joven que se iniciaba en el teatro le pidió un consejo a la actriz francesa Sarah Bernhardt y ésta le dijo con vehemencia:
-¡Muerde! ¡Muerde!
Como la joven no comprendió que le había querido decir la Bernhardt, exclamó:
-No entiendo.
La gran actriz, que entonces pasaba de los sesenta años, le explicó:
-Que muerdas a grandes bocados y sin miedo todos los frutos de la vida. Pero hazlo cuando están todavía en el árbol. No esperes a que los haya tomado alguien y ya los tenga en su cesto.
Trabajar, trabajar y trabajar
El escultor francés Auguste Rodin -quien vivió entre 1840 y 1917-, tuvo en sus últimos diez años de existencia su estudio y su vivienda en el hotel Biron de París, una edificación del siglo XVII. Al morir, donó toda su obra al Estado francés, el cual, en 1918 inauguró en el mismo hotel Biron un museo en su honor.
En ese estudio del hotel Biron, Rodin recibió un día a un joven que le pidió orientación para llegar a ser un buen escultor.
-Trabajar, trabajar y trabajar, ese es el gran secreto.
La respuesta no satisfizo al aspirante a escultor, por lo que Rodin agregó:
-“Trabajar, trabajar y trabajar” significa agotarse todos los días en el trabajo.
Esta frase, “agotarse todos los días en el trabajo”, aunque tampoco fue del agrado del joven aspirante a escultor, se emplea con frecuencia para simbolizar la dedicación que Rodin tenía para con su arte.
Escribir, escribir y escribir
Al concluir una conferencia y mientras guardaba sus papeles en un portafolios, un grupo de estudiantes se acercó al novelista estadounidense Sinclair Lewis y, después de felicitarlo, le pidieron que les diera algunas nociones del arte de escribir, ya que todos ellos querían ser escritores.
-¿Cuántos de ustedes pretenden realmente ser escritores? -preguntó Lewis.
Todos los estudiantes levantaron sus brazos.
-En ese caso -dijo el novelista ganador del Premio Nóbel de Literatura de 1930, cerrando su portafolios-, no vale la pena que les hable. Mi único consejo es que vayan a sus casas y escriban, escriban y escriban.

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