12.07.2007

PROSOEMA No. 55 (07/12=2007)

UN HOMENAJE AL MAÍZ

A partir de esta semana y durante lo que resta de diciembre de 2007 y en enero de 2008, rendiremos homenaje a nuestra planta primigenia: el maíz.
Este cereal, el más cultivado actualmente en todo el mundo –mucho más que el trigo y el arroz–, es un elemento imprescindible de las cocinas americanas. En forma de arepa, cachapa, empanada, tortilla, atol o polenta –entre otras muchas–, forma parte de la dieta de la mayoría de los nacidos en n uestro continente.
Por eso, este pequeño homenaje, en el que presentaremos diversas leyendas que hablan de su origen, de su cultivo o de su uso por parte de los nativos de América.
Hoy ofreceremos dos de tales leyendas: una, de origen argentino y, la otra, de México. En las semanas que vienen, habrá de otras naciones del continente, a la par que nuestros habituales materiales sobre literatura infantil y juvenil.
Esperamos que gusten y degusten de este homenaje.
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NARIZ DE INDIO
(Argentina)


Fue en aquellos momentos cruciales en que no se sabe si es posible sobrevivir o perecer. Todo parecía indicar que ocurriría esto último pues, durante largos meses, no asomaba una nube en la comba celeste.
Los ríos se secaban, se marchitaban los árboles, los animales morían de sed... Tolvaneras irresistibles barrían los campos desolados. El pueblo, paciente al principio, desesperaba, enloquecía... Todas las rogativas habían resultado estériles. Entonces el "rubichá" (jefe de la tribu), en una sostenida cábala con los genios del cielo, develó el secreto:
-Tupá está enojado con sus hijos y por eso los castiga con el hambre, la sed y la muerte si no vuelven los ojos a Él...
El pueblo entero se arrepintió y cayó de rodillas, jurando amor y respeto a sus leyes. Pero el rubichá continuó:
-Eso no basta. Para aplacar la ira de Tupá, es necesario sacrificar la vida de uno de sus hijos.
Entonces, entre los circunstantes salió un guerrero joven y apuesto que exclamó con firmeza:
-¡Yo me ofrezco al sacrificio!
Lloraron los suyos y lloró el pueblo de emoción y dolor, pero el joven mantuvo su decisión inquebrantable.
El rubichá, dolorido, no tuvo otro recurso que aceptar el sacrificio de aquel joven, cuya vida podría ser tan útil.
Caminaron hasta un sitio despoblado de árboles, cavaron una fosa y en ella tomó el joven su voluntaria sepultura.
La tierra, fuertemente apisonada, lo cubrió totalmente, dejando sólo fuera la nariz del infortunado.
A los pocos instantes, asomó una tormenta en el horizonte, que vertiginosamente descendió sobre la selva. El viento y los relámpagos sembraron el pánico entre los hombres.
Luego comenzó a llover. Una lluvia abundante, dulce, que duró toda la noche. !El milagro se había cumplido!
Al día siguiente, la tribu se dirigió al lugar del sacrificio para testimoniar su gratitud. Pero, en el mismo lugar, donde el día antes asomara la nariz, había brotado una planta de largas hojas verdes entre las que asomaban espigas con granos de oro.
Era el maíz y le llamaron "abati", que quiere decir "Nariz de indio".

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LA HORMIGA QUE TRAJO EL MAÍZ
(México)


Cuentan que, antes de la llegada de Quetzalcóatl, los aztecas sólo comían raíces y animales que cazaban.
No tenían maíz pues este cereal tan alimenticio para ellos estaba escondido detrás de las montañas.
Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero no lo lograron.
Los aztecas fueron a plantearle este problema a Quetzalcóatl.
-Yo se los traeré -les respondió.
Quetzalcóatl, el poderoso dios, no se esforzó en vano en separar las montañas con su fuerza, sino que empleó su astucia.
Se transformó en una hormiga negra y, acompañado de una hormiga roja, marchó a las montañas.
El camino estuvo lleno de dificultades, pero Quetzalcóatl las superó, pensando solamente en su pueblo y sus necesidades de alimentación. Hizo grandes esfuerzos y no se dio por vencido ante el cansancio y las dificultades.
Al fin, Quetzalcóatl llegó hasta donde estaba el maíz y, como estaba trasformado en hormiga, tomó un grano maduro entre sus mandíbulas y emprendió el regreso. Al llegar, entregó el prometido grano de maíz a los hambrientos indígenas.
Los aztecas plantaron la semilla y así obtuvieron el maíz que, desde entonces, sembraron y cosecharon.
El preciado grano aumentó sus riquezas y se volvieron más fuertes, construyeron ciudades, palacios, templos. Y vivieron felices.
A partir de ese momento, los aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl, el dios amigo de los hombres, el dios que les trajo el maíz.