12.21.2007

PROSOEMA No. 57 (21/12/2007)

!FELIZ NAVIDAD
PARA TODOS NUESTROS VISITANTES!
!Gracias por compartir este espacio con nosotros!
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CUENTO DE NAVIDAD

Jordi Sierra i Fabra


La presencia de Jaime en la entrada del salón, quieto, silencioso, hizo que sus padres dirigieran toda su atención hacia él.
Estaba muy serio.
—Yo creía que la Navidad se celebraba en todo el Universo —dijo.
Papá y mamá parpadearon. Jaime les tenía siempre alucinados. Apenas si alzaba dos palmos del suelo pero era inquietantemente lúcido, despierto, vivo, y con una imaginación...
Cuando preguntaba algo o se interesaba por un tema, era porque le estaba dando vueltas a la cabeza.
—Bueno... —carraspeó papá—. A fin de cuentas...
—Es una festividad de todo el mundo, sí —intentó ayudarlo mamá.
Jaime les dirigió una de sus miradas de “Vaya-pues-sí-que-ayudáis”. No se quedó nada convencido. Optó por dar media vuelta y volver a retirarse en silencio. Papá y mamá no supieron muy bien qué hacer.
—Está en la edad —mencionó él.
—Es increíble la de cosas que pregunta —suspiró ella.
Continuaron leyendo el periódico uno y arreglando los regalos de Navidad otra, bajo el gran árbol que dominaba el salón con su inequívoca presencia. La casa respiraba paz. Tanta, que dejaron de hacer lo que hacían, inquietos, llenos de paternal desazón, a los pocos instantes.
—Este último mes... —frunció el ceño mamá.
—Sí, desde que se inventó todo eso de los slu... slugr...
Primero, la palabreja no le salía. Pero a continuación se quedó mudo de pronto porque Jaime volvía a estar allí, en la puerta de la sala, con su misma carita seria y concentrada.
—Slurgis —le ayudó el aparecido.
—¡Oh, sí, claro! —sonrió él.
—Y no saben lo que es la Navidad.
Hubo un leve silencio.
—¿Qué? —preguntaron casi al unísono.
—Que los slurgis no saben lo que es la Navidad. En su planeta no la conocen. ¿No es asombroso?
—Vaya con los slugr... slurgs... slurgis —logró decir papá.
Jaime seguía serio, más aún, preocupado.
—Vosotros decís que nadie debe quedarse sin celebrar la Navidad, ¿verdad?
—Pues claro, hijo —dijo ella llena de dulzura.
—Es la fiesta más hermosa de todas las fiestas —aseguró él.
—Todo el mundo debe vivirla en paz y amor, con la familia o los amigos —concluyó su mamá.
—Siempre ha sido así —concluyó su papá.
—Vale —pareció aliviado Jaime—. ¿Puedo invitarles?
—¿A los...? —ya no intentaron decir el nombre.
—Por favor... —era algo más que una súplica, el tono se revestía de mucha intensidad emocional.
—Claro, Jaime —estuvo al quite mamá al ver su carita de pena—. Invítalos, hijo. Faltaría más.
El niño salió a la carrera, feliz.
—Que cosas se le ocurren —reflexionó su padre, impresionado.
—Seguro que nos sienta a la mesa a unos muñecos.
Continuaron con sus cosas, el periódico, los regalos de la familia. En alguna parte se escuchaba música. Villancicos, claro. Se respiraba el ambiente de paz y amor propio de las fechas.
Tanta paz...
—Voy a ver —mamá se dirigió a la puerta, incapaz de concentrarse.
—Te acompaño —la apoyó su esposo.
Para algo eran padres. Sentían una extraña desazón.
Abandonaron la sala, caminaron por el pasillo, entraron en la habitación de Jaime.
No estaba allí.
—El desván —indicó ella—. Estos últimos días se pasa el tiempo ahí arriba.
Subieron la escalerita, en silencio. Se oían unas voces curiosas. Asomaron la cabeza a ras de suelo, primero una, luego el otro. Ya no pudieron continuar la ascensión. Se quedaron paralizados.
En medio del lugar, apoyado sobre su base, vieron el platillo volante, no muy grande, como de medio metro de diámetro y abollado en un punto de su circunferencia. El agujero por el que parecía haberse colado quedaba justo a un lado de la pared. Y no era reciente.
Pero el platillo volante no era lo más sorprendente.
Lo más sorprendente era la pareja de bichos, o lo que fueran, que estaban sentados en el suelo, con unos cascos llenos de antenitas que vibraban y emitían ondas de colores. Medían poco menos de un palmo, tenían tres piernas y cinco manos, dos ojos y una boca enorme en relación a la cabeza. Eran incluso originales y cómicos. Por lo visto, los cascos servían para traducir idiomas, porque su español era muy fluido.
—...así que los dos soles y las tres lunas de Slurgia son muy bonitos —decía uno de ellos en ese instante.
La presencia de los aparecidos no pasó desapercibida. Los extraterrestres dejaron de hablar. Jaime miró hacia sus padres. Nada se alteró en él. Ni siquiera le sorprendió verlos allí. Sonrió feliz y, con una enorme sonrisa, se limitó a decirles:
—Papá, mamá, ellos son slupif y slupan. Y no sabes lo contentos y emocionados que están de pasar su primera Navidad en la Tierra después de que les he explicado su significado.
En lo primero que pensó su madre fue en si a los slu... lo que fuera, les gustaría el pollo.
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© Jordi Sierra i Fabra 2004/2006.
Tomado de la página web oficial de Jordi Sierra i Fabra.

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EL GRANO DIVINO
(Estados Unidos)



Cuenta la tradición de los pueblos Aztin que, después del tiempo de las nieves –durante el cual se refugiaron en Çikomoztok–, la tierra quedó muy quemada.
No había plantas de las que se pudieran recolectar frutos, los animales habían muerto por el frío en tal cantidad que la caza era muy penosa y, por ello, el linaje humano sufría mucho.
Se elevaron las plegarias a Tahtzinzeze, a quien también llamaban Zenteotl, para que iluminara el pensamiento de los hombres sabios y éstos dieran de comer a su pueblo.
Fue enviado el divino Ketzalkoatl para que viera como estaba la tierra y buscó alimento por todas partes y no encontró.
Ya convencido de ello se disponía a marcharse, cuando vio pasar presurosa a la hormiga roja, que traía unas pequeñas semillas entre sus mandíbulas poderosas. Después, vio pasar a otras que también traían semillas, aunque con restos de hojas y de paja.
Entonces les preguntó:
–Por que trabajan tanto si el “Padre de Todo” ha dispuesto los medios de vida?
–Los medios no vienen solos –respondieron las hormigas rojas–, hay que buscarlos y guardarlos para mejores ocasiones.
– ¿Por qué no me dan de esa comida para los hombres?
–Ellos son grandes y glotones y, si lo hiciéramos, se acabarían nuestros campos y pereceríamos.
Convencido Ketzalkoatl de que tenían razón, simuló irse, pero se transformó en hormiga negra, diminuta, y siguió a las hormigas rojas hasta que descubrió el campo de abastecimientos, que era un gran plantío de zacates que que tenían una espiga dorada de mechones finos y envueltos en un capullo de hojas fuertes. En su interior, había unos granos dorados, llamados Teotzintli.
Ketzalkoatl reflexionó y dijo: “Si traigo a los hombres aquí, de nada les ayudará, pues pronto acabarán con las plantas. Mejor les llevó la semilla para que ellos la cultiven y hagan que la tierra produzca”. Y tomó muestras de diferentes granos de distintos zacates, hasta cinco, y luego tomó muestras de otras cinco plantas y las llevó a los hombres.
Y llamó a los jefes de las tribus y les dijo:
–Aquí les traigo un regalo, el Grano Divino, pero no lo deben comer hasta que vuelva a salir de la tierra. Mas, como nadie sabe como ha de brotar, les dejo aquí a cinco doncellas divinas que se encargarán de cuidar de las semillas, ya puestas en la tierra. Ellas harán que broten las plantas y los granos en tal abundancia que no vuelvan a sufrir hambre, porque así lo quiere Tloke Nahuake, Tahtzinzeze.
Los granos fueron sembrados por las doncellas y ellas regaban, cantaban y danzaban en los sembradíos. A los cuatro días, la tierra se agrieto y en los días siguientes brotaron de estas grietas unas diminutas hojas verdes.
Los hombres tuvieron mucho grano llamado Teotzintli, pero no el suficiente para todas las tribus. Y vieron que no en todo el tiempo se podía sembrar, porque las doncellas divinas sabían que la nieve quemaba la planta.
Un día, afligidas, se reunieron a deliberar como cuidar mejor el grano para que produjera más y, no encontrando solución, la más bella y la más joven de ellas llamada Xilonan, invocó al divino Ketzalkoatl, pidiéndole ayudara de nuevo a los hombres.
Al calor del Fuego Sagrado, donde ella hacía su invocación, llegó el Viento Rugiente y la envolvió en un remolino. En esa caricia del viento ella escuchó:
–Tú, doncella, y Yo, ayudaremos a los hombres, pero no les daremos las cosas hechas. Ellos tendrán que trabajar y, sin que se den cuenta, nosotros trabajaremos con ellos inspirándolos. Haz que trabajen desde mañana.
Y así fue.
Las Doncellas llamaron a los hombres de la tribu y les dijeron:
–Ha llegado el momento de que aprendan a producir el grano y a mejorar su abundancia. Tomen sus “Serpientes Mágicas”, caven la tierra y pongan el grano: cinco de una clase, al Oriente; cinco de la otra clase, al Poniente.
Y los hombres lo hicieron.
Cuando las plantas ya estaban crecidas, vino un día el Divino Ketzalkoatl y dijo a las doncellas:
–Esa planta de Teotzintli da muy pocos granos. Vamos a producir otra planta que dé miles de granos, pero que sean los hombres los que entiendan y aprendan ­–y, señalando a todas las doncellas, agregó–: tú, divina doncella, serás mariposa; tú serás abeja, tú serás Catarina de rojo color, tú serás avispa azul… y tú, Xilonan, serás la hembra del Witzilli. Tomarán de los polvos de las flores del Teotzintli del Occidente y luego irán a las matas del Oriente, cuando los hombres estén allí, y dejarán los polvos de unas matas en otras, y Yo, el Viento Fecundador, soplaré con fuerza para desenmarañar las duras mazorquillas y que los polvos entren en su seno… Y después verán el milagro de los siglos.
Un día en que los hombres trabajaban en las matas, vieron volar a los insectos cuando el viento sopló fuerte y, temiendo que las plantas se rompieran, corrieron a protegerlas. Entonces contemplaron cómo los insectos rascaban con sus patas y sus picos hasta dentro de los dorados filamentos de la espiga y se asombraron.
Pasaron días y días y uno de tantos, cuando fueron a cosechar, ya no encontraron Teotzintli: ahora había un fruto duro macizo, lleno de miles de granos de diversos colores. ¡Unos eran rojos, otros azules, otros dorados, otros blancos…!
A esos granos los llamaron Itzintli, Etzintli, Antzintli (o Yaantzintli) Yauitzintli, etc. Y se iluminó el pensamiento de los hombres, mientras Xilonan y las otras doncellas siguieron realizando la polinización de las diversas especies de maíz, con lo que produjeron el Grano Divino, alimento del mundo, hasta hacer más de cuatrocientas variedades.

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Çikomoztok: en las Múltiples Cuevas.
Tahtzinzeze: el Padre Único.
Tloke Nahuake: El que Tiene Todo en Sí Mismo.
Zenteotl: el Dios Único.

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