2.29.2008

PROSOEMA No. 67 (29/02/2008)

OCURRIÓ DE NUEVO


Ocurrió de nuevo: el Premio Alfaguara de Novela de 2008 lo obtuvo otro reconocido escritor de libros para niños y jóvenes: Antonio Orlando Rodríguez, con una obra titulada Chiquita.
Él es autor de casi veinte libros destinados al público infantil y juvenil y un estudioso de este tipo de literatura, con dos títulos en su haber: Literatura infantil en América Latina (Unesco, San José, Costa Rica, 1993) y Panorama histórico de la literatura infantil en América Latina y el Caribe (Cerlalc, Bogotá, 1994).
Además, junto a Sergio Andricaín, fundó una de las revistas digitales sobre literatura para niños y jóvenes, más importantes del continente americano: Cuatrogatos.
Ahora bien, ¿por qué decimos que ocurrió de nuevo que el Premio Alfaguara de Novela lo obtuvo un autor de libros para niños y jóvenes?
Porque esto ha sucedido por tercera vez en los últimos cuatro años. En 2005, lo ganaron Graciela Montes y Ema Wolf (Argentina), con El turno del escriba, y en 2006 Santiago Roncagliolo (Perú) con Abril Rojo. Los tres, especialmente, Graciela Montes, son reconocidos autores de obras para niños y jóvenes.
Pero esto no es todo: en la única edición (hasta ahora) del Premio Planeta Casa de América, fallado el año pasado en Madrid, el ganador fue otro escritor argentino, sumamente conocido por sus obras destinadas a lectores juveniles: Pablo De Santis.
Uno de los autores más destacados de la narrativa en lengua española de la última década es Juan Villoro. Antes de obtener el Premio Herralde de Novela del 2004, era conocido como narrador en su país, México, y particularmente, como narrador para niños y jóvenes.
Algo parecido ha pasado en España con Elvira Lindo, la conocida autora del personaje Manolito Gafotas. En 2005, ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral Editores.
Aquí, en Venezuela, varios de los más destacados autores de literatura para niños y jóvenes han obtenido premios importantes en los campos de la “literatura seria”, tales los casos de Jacqueline Goldberg y Armando José Sequera (Bienal Mariano Picón Salas, Mérida) y Laura Antillano y Fedosy Santaella (Bienal José Rafael Pocaterra).
Todos estos reconocimientos son un rotundo espaldarazo a quienes dedicamos parte de nuestra obra a los niños y a los jóvenes.
Un espaldarazo porque muchos escritores, críticos, comentaristas de libros, intelectuales de carrera, historiadores de la literatura y sesudísimos profesores de este mismo arte en las universidades han menospreciado a la literatura escrita para niños y jóvenes hasta el cansancio.
Y quienes no la han menospreciado o considerado de baja estofa han ido más lejos, pretendiendo exiliarla de la literatura. Gran cantidad de ellos y ellas estiman que escribir para niños y jóvenes es denigrante, enfermizo, mediocre, de pobre imaginación, muy fácil y pare de contar epítetos o expresiones, a cual más degradante.
Los autores de literatura para niños y jóvenes somos excluidos de los congresos, simposios y encuentros de narrativa o poesía, porque se nos ve como la escoria de la escritura, como se percibe en la India a la casta de los intocables.
Y, si bien es cierto que se ha escrito y publicado mucha basura literaria en el campo de la literatura para niños y jóvenes, no es menos cierto que ello también ocurre y en demasía, en la narrativa, la poesía y todos los restantes géneros literarios. ¿O es que todos los poemarios y las novelas o libros de cuentos “serios” que se editan en el mundo son obras maestras?
Este premio a Antonio Orlando Rodríguez confirma que, en el continente americano y en España, gran parte de lo que se está escribiendo para niños y jóvenes proviene de escritores de oficio, de personas que hacen literatura y que, si publican obras para niños y jóvenes, lo hacen como parte de una profesión y no nada más porque no saben qué más hacer o porque les resulta más sencillo o más comercial.
Por cierto que, en una entrevista concedida al diario español ABC, el pasado 26 de febrero, Rodríguez afirmó que su experiencia con la literatura infantil le ha procurado facilidad para la fantasía y, sobre todo, el deseo continuo de mantener la atención, de atrapar al lector.
Para cerrar, reproducimos una opinión expresada por él, en 2002, en la revista Cuatrogatos, sobre lo que, a su juicio, es un buen cuento para niños y jóvenes:
“Un buen cuento para niños es el que más cerca está de ellos; el que refleja, recrea y trasciende su universo; aquel que, sin vacilar, hacen suyo de inmediato. Fantasía, humor, dinamismo, aventura, poesía, son algunos de los elementos a los que puede echar mano el autor para propiciar un diálogo franco y rico con su destinatario. Lograr a plenitud esa síntesis de recursos, esa feliz conjunción de sonrisa y respeto, depende, en primera instancia, de nuestra calificación, pero también, en considerable medida, de la intuición de cada cual, de su capacidad para contemplar el mundo circundante con esa mirada única, propia de la niñez”.
Aparte de la noticia y este comentario, presentamos en esta edición de Prosoema, un cuento de Antonio Orlando Rodríguez, tomado de su libro Un elefante en la cristalería (1995).
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FANTASMAS

Antonio Orlando Rodríguez


Por lo general en cada casa, además de una familia de personas, vive otra de fantasmas. Como soy el único de mi casa que todavía se asusta de los fantasmas, fui también el único en ser invitado a la fiesta que darán esta noche a las 12, en la sala, y a la que asistirán todos los vecinos fantasmagóricos del barrio.
De tanto ver a mis fantasmas vagar por los rincones durante las madrugadas, he aprendido un montón de cosas sobre ellos. Las fantasmas pizpiretas usan sábanas plisadas y las más jóvenes prefieren llevar minisábanas. Si la sábana de un fantasma tiene remiendos y parches, puedes tener la certeza de que es muy viejo. A los fantasmas les encantan las películas de misterio, el olor de los jazmines, las velas y las tormentas con relámpagos y truenos. Cuando están contentos, brindan con copas de cristal fino llenas de burbujas y bailan al compás de una música que sólo ellos escuchan. Las teclas del piano se mueven como enloquecidas, pero ningún sonido se oye en la casa. Si uno abraza a una chica fantasma, es como si estuviera abrazando a un puñado de aire. Y si alguna vez te levantas de noche a tomar agua y sientes un friecito húmedo en la mejilla, no te asustes: es que algún fantasma sentimental te ha dado un beso.