11.02.2006

PROSOEMA No. 3 (3/11/2006)


PRESENTACIÓN

EN ESTE TERCER NÚMERO con formato virtual, contamos con un fragmento de un discurso del escritor polaco-estadounidense Isaac Bashevis Singer, acerca de qué se debe tomar en cuenta si se quiere escribir para el público infantil. A continuación, ofrecemos dos relatos anónimos del continente africano: uno de la etnia masai y el otro de la República Árabe Saharaui Democrática. Curiosamente, aunque ambos relatos pertenecen a sociedades muy distintas, tiene en común la presencia de genios malignos caníbales que les proporcionan un tono sobrenatural.
SSSSSSSSSSSS


ESCRIBIR PARA NIÑOS

Isaac Bashevis Singer


EXISTEN QUINIENTAS RAZONES por las que comencé a escribir para niños, pero para ahorrar tiempo sólo mencionaré diez de ellas.
Número uno: Los niños leen libros, no reseñas. Les importan un comino los críticos.
Número dos: Los niños no leen para encontrar su identidad.Número tres: No leen para librarse de complejo de culpa, para reprimir su sed de rebelión o para librarse de la alienación.Número cuatro: No necesitan la psicología.
Número cinco: Detestan los sociólogos.
Número seis: No tratan de comprender a Kafka o Finnegans Wake.Número siete: Todavía creen en Dios, la familia, los ángeles, el diablo, las brujas, los duendes, la lógica, la claridad, la puntuación y otras cosas pasadas de moda.
Número ocho: Les encantan las historias interesantes, no los comentarios, guías o notas al pie de la página.
Número nueve: Cuando un libro es aburrido, bostezan abiertamente sin vergüenza o temor a la autoridad.
Número diez: No esperan que su querido autor redima a la Humanidad. Jóvenes como son, saben que no está en su poder. Sólo los adultos tienen tales ilusiones infantiles.

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Isaac Bashevis Singer (1904-1991). Escritor estadounidense de origen polaco. Premio Nóbel de Literatura de 1978. Sus libros más conocidos son La familia Moskat, Gimpel, el tonto, y otros relatos y Un amigo de Kafka.


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DOS CUENTOS POPULARES AFRICANOS


Cuento masai
KONYEK Y SU PADRE



UNA VEZ HUBO un gran baile en el cual muchos guerreros y muchachas estuvieron presentes.
Al anochecer, los participantes se dispersaron y cada guerrero escogió una o más muchachas para que lo acompañasen a casa.
Uno de aquellos hombres, muy guapo y bien constituido, se llevó a tres hermanas. Antes de partir les preguntó por el lugar al que les gustaría ir y ellas le respondieron que querían acompañarlo hasta su casa.
Él les dijo que quedaba en un lugar bastante lejano, pero ellas insistieron en que eso no les importaba.
Emprendieron el viaje y, luego de caminar bastante, se acercaron a la casa del guerrero.
Las tres hermanas notaron algunas cosas blancas esparcidas por el terreno y le preguntaron de qué objetos se trataban. Él les dijo que eran sus ovejas y sus cabras pero, cuando las muchachas se aproximaron, vieron que en realidad eran huesos humanos.
Algo asustadas, entraron a la casa del guerrero y se sorprendieron al ver que él vivía completamente solo.
Más tarde llegaron a saber que este guerrero era un demonio que comía gente y no se le reconocía fácilmente porque ocultaba su cola debajo de su vestimenta. Se había comido hasta su propia madre y había arrojado los huesos dentro de un montón de paja, con la que luego construyó su cama.
Poco después de haber arribado a su cabaña, el guerrero salió y dejó a las tres muchachas solas.
Se asustaron cuando una voz que provenía de la cama les preguntó que quién las había llevado hasta allí. Ellas respondieron que había sido el guerrero.
Luego la voz les pidió que abrieran el colchón. Las muchachas deshicieron la capa superior de paja del colchón y salieron a relucir los huesos.
La voz que provenía de los huesos les dijo que ella había sido la madre del guerrero y que él se había transformado en un demonio y se la había comido.
Las muchachas le preguntaron a los huesos qué podían hacer y la voz les respondió:
–Dentro de poco, mi hijo vendrá de vuelta y les traerá una oveja. Acéptenla. Él saldrá nuevamente y, ni bien cierre la puerta, siéntense allí. Hagan un hueco en la pared y salgan. Si les pregunta qué es lo están golpeando, dirán que están matando a la oveja.
Todo ocurrió tal como la voz lo había previsto y las muchachas hicieron un hueco en la pared de la cabaña por el cual huyeron.
Cuando encontraron el camino, una de ellas se acordó súbitamente que había dejado atrás su abalorio.
Sus hermanas le dijeron para ir y recogerlo, mientras la esperaban. Ella regresó a la cabaña, pero encontró al guerrero, quien le preguntó si quería que se la comiera o quería ser su esposa. Ella le agradeció por darle esa posibilidad de elegir y le dijo que prefería lo último.
Vivieron juntos un buen tiempo y después la mujer le dio un hijo al demonio, a quien le pusieron como nombre Konyek.
Desde el día de su nacimiento, Konyek acompañó a su padre en las cacerías en el bosque para encontrar gente y devorarla.
Y aunque el hombre y el niño comían seres humanos, volvían a casa con cabras y ovejas, para que la mujer comiera, y también le llevaban vacas lecheras.
Un día, una de las hermanas de la mujer –que estaba embarazada–­, fue a visitarla. Llegó en momentos en que Konyek y su padre estaban ausentes.
Las dos mujeres se sentaron y conversaron hasta la hora en que la visitante ya tuvo que marcharse.
Pero parecía venir mal tiempo cuando ella se levantó para salir, por lo que la madre de Konyek le dijo que, en caso de que lloviera, nunca se protegiera bajo el árbol que se encontraba en medio de la llanura.
Bajo ese árbol era que solían descansar su marido y su hijo, en el camino de regreso a casa.
Pero la hermana salió con tanta prisa que no prestó atención a la advertencia que le hiciera la madre de Konyek y, apenas comenzó a llover, ella corrió a guarecerse bajo el árbol que estaba en medio de la llanura, que era un baobab, y se subió a él.
Poco después llegaron Konyek y su padre. Pararon allí para protegerse de la lluvia.
La presencia de los dos caníbales le hizo recordar a la mujer las palabras de la hermana y temió por su vida.
En cierto momento, Konyek miró entre las ramas del árbol y vio como que había algo escondido en él, pero su padre le dijo que lo que pasaba era que estaba lloviendo muchísimo.
Konyek siguió escudriñando el árbol hasta que divisó a la mujer y entonces gritó:
–Allí está mi carne.
La mujer fue forzada a descender del árbol y, del miedo, dio a luz dos gemelos.
Konyek mató a la mujer y le sacó los riñones. Luego, agarró a los niños y dijo:
­–Tomaré estos riñones para que mi madre me los fría.
Cuando paró de llover, padre e hijo regresaron a casa y Konyek le entregó los dos riñones y el par de niños a su madre, para que se los friese.
Pero la mujer, sabiendo que habían matado a su hermana, escondió los dos niños dentro de un hueco bajo tierra y frió dos ratas en su lugar.
Cuando intuyó que estaban listos, Konyek se acercó al fuego, agarró las dos ratas, creyendo que eran los niños, y se los comió, quejándose porque eran muy pequeños.
Su madre simuló estar muy enojada por esas quejas y fue donde su marido para quejarse de lo que su hijo estaba diciendo. El guerrero le dijo que no creyera nada de lo que decía el niño porque era un mentiroso.
La mujer alimentó y crió en secreto a los dos niños que eran varones y poco a poco fueron creciendo.
Un día le pidió a su esposo que sacrificara un buey entero para comerlo.
Konyek, que desde hacía tiempo sospechaba algo, dijo:
–Me divierte escuchar que una mujer quiera comer un buey entero ella sola. No sé por qué pero pienso que los dos niños que eran míos tengan algo que ver con esta historia.
Sin embargo, los dos hombres buscaron un buey, lo mataron y le llevaron la carne a la mujer. Luego salieron para dar un paseo por el bosque.
Tan pronto se marcharon, la mujer sacó a los niños del hueco y les dio de comer la carne de buey. Comieron hasta la puesta del sol y volvieron a su hueco para ocultarse nuevamente.
Konyek y su padre regresaron poco después y el primero, que era muy listo, se dio cuenta de las huellas de pequeños pies que había en la tierra.
–Estas pequeñas y numerosas pisadas no son mías –dijo.
Su madre insistió con firmeza que las pisadas eran de ella o de Konyek y su padre y en eso fue apoyada por su marido.
Entonces, enojado con Konyek por haber tratado mal a su madre, el guerrero lo mató y se lo comió.
Pero Konyek volvió de inmediato a la vida y gritó:
–Aquí estoy de vuelta.
El tiempo pasó, los niños crecieron y su tía un día les dijo que la gente que su esposo y su hijo eran, en realidad, demonios y caníbales. También les dijo que esa noche pensaba pedirle unas armas a su marido y les preguntó, en caso de que lograra obtenerlas, que si ellos estaban dispuestos a matar a Konyek y a su padre.
Los muchachos respondieron que sí. Uno de ellos, sin embargo, objetó:
–Pero, tía, qué le vas a decir a tu marido cuando te pregunte para qué quieres las armas.
–Le diré que son para defenderme de posibles enemigos que puedan aparecer.
Cuando Konyek y su padre regresaron a casa, la mujer le pidió al marido que le diera dos lanzas, dos escudos y dos espadas:
–Yo siempre estoy sola en casa y, si viniera algún enemigo, quisiera estar preparada para defenderme.
Konyek comentó que nunca antes había visto que una mujer quisiera armas de hombres y dijo que pensaba que aquellos niños que él le había llevado a su madre para que los friese, tenían algo que ver con esa historia.
No obstante la protesta de Konyek, el viejo guerrero consiguió las armas que le había solicitado su mujer.
Cuando se las dio, ella dijo que había creído ver a alguien en los alrededores de la casa. Tanto Konyek como su padre ya iban a salir, pero la mujer buscó una piel de buey y les dijo que, en vez de buscar por fuera a quien merodeaba, lo esperaran adentro, ocultos por la piel.
Aunque a Konyek no le gustó la idea de su madre, tanto él como su padre se tendieron en el suelo y fueron cubiertos por la piel bien estirada.
Konyek encontró un hueco y comenzó a arrastrarse para salir, pero su madre le dijo que se metiera de nuevo debajo de la piel.
Sin dejar de decirles que tan pronto el enemigo entrara a la casa, ella gritaría pidiendo ayuda, la mujer fue en busca de sus sobrinos y les entregó las armas.
En su agonía, Konyek le dijo varias veces a su padre:
–Te lo advertí, padre, y tú me llamaste “mentiroso”.
Los niños, después de matar a los dos demonios, llevaron a su tía a la casa de su padre.
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Los Masai son una etnia africana distribuida entre Kenia y Tanzania. Son seminómadas y están organizados en clanes patriarcales. Se dedican al pastoreo, a la agricultura y, últimamente, al ecoturismo.

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Cuento saharahui
ZAGUL EN EL REINO DE LOS OGROS


VIVÍAN UNA VEZ, en el gran desierto, dos hermanos: uno rico y sin hijos, el otro pobre y cargado de niños.
Cada día, en la casa del rico había fiesta. Sobre su mesa se presentaban carnes exquisitas, legumbres frescas, frutas gustosas que llegaban de los oasis cercanos y lejanos. No faltaba nunca el blanco pan de la flor de harina bien cernida para eliminar el salvado y el afrecho. El remanente era mandado a la casa del pobre para que la esposa le hiciese un calducho muy escaso y flojo.
El pueblo, una extensión de arena quemada por el sol, ofrecía alguna zarza o matorral reseco y espinoso.
Un día Zagul, el hermano pobre, tomó la escardilla y fue a buscar algún arbusto para hacer un poco de fuego en casa, durante la fría noche sahariana.
Arrancando una zarza espinosa, la desarraigó desde sus raíces y abrió un hoyo que le despertó curiosidad. Lo ensanchó de tal manera que podía ver hacia dentro. Después entró y se encontró inesperadamente en el subterráneo de los ghual, los ogros malvados que comen carne humana. Estupefacto, atónito, se dejó llevar por la curiosidad, volvió los ojos alrededor, dio un vistazo y, de pronto, vio una increíble cantidad de tesoros amontonados por todas partes: oro, piedras preciosas, joyas...
De improviso, se encontró frente a frente con la madre de los ogros, figura gigante de manos velludas y gordas, los labios abultados salientes que mostraban los dientes amenazadores.
Ella se adelantó pesadamente hacia él, mas Zagul, con rapidez, se volvió alrededor y se aferró rápidamente a una de las manos que ella había echado sobre sus espaldas. Así obtuvo Zagul benevolencia, según la regla de honor, en el reino de los ogros.
Entonces la ogra le permitió tomar los tesoros que quisiera, cuando el ogro y los hijos estuvieran ausentes. El afortunado mortal llenó el turbante, la capucha y cuantos recipientes pudo improvisar y se fue. Luego cerró con prudencia la entrada del subterráneo y sus alrededores.
Desde aquel día, su familia no vivió más en la escasez. Zagul compró vestidos, instrumentos de trabajo, cobijas, provisiones y víveres. Y, cuando las provisiones se terminaron, regreso al reino de los ghual, donde la madre de los ogros lo colmó de nuevos regalos.
El hermano rico se maravilló cuando se dio cuenta de que Zagul no aceptaba la acostumbrada ración de salvado o afrecho. Fue a visitarlo y constató con gran sorpresa la gran transformación de la casa. Entonces le hizo muchas preguntas hasta que Zagul le reveló el secreto.
No contento con esto, el hermano prepotente exigió acompañar a Zagul en la siguiente visita al reino de los ogros.
Así, un día fueron juntos y la madre de los ogros fue generosa como de costumbre. Sin embargo, al despedirlos, susurró en la oreja de Zagul:
–No vengas mañana porque estarán presentes los otros ogros.
Zagul le hizo saber al hermano la advertencia, pero éste pensó que era una maniobra para obtener él sólo todos los tesoros y, al día siguiente, regresó solo al reino misterioso.
Mas, apenas puso un pie en el antro subterráneo, retumbó una voz:
–¡Siento olor de hombre!
Todos los ogros se dispusieron a cazar al intruso hasta que encontraron al hermano de Zagul todo tembloroso, arrinconado en la grieta de una roca.
–¡Oh estás aquí! –exclamó el gran jefe ogro–. ¿Por qué has venido? ¿Quién te mostró el camino?
–Ten piedad de mí! –exclamó el desventurado–. Me ha mandado mi hermano Zagul. El ha robado vuestros tesoros.
–Está bien. Ajustaremos las cuentas con él también. Ahora empezaremos por ti –y así diciendo, lo agarró y lo mató.
Después se transformó en humano y se dirigió a la aldea en busca de Zagul.
Era ya la hora de la oración y muchos musulmanes, en el patio de la mezquita, estaban haciendo las abluciones o purificaciones rituales, antes de entrar en el templo. El ogro, disfrazado de mercante, se acercó al primero que vio y le preguntó:
–¿Conoces a Zagul?
–¡Soy yo!
– Vamos a tu casa: tengo mercancías muy buenas seleccionadas para ti.
A Zagul le pareció bien lo que proponía el comerciante y lo llevó a su casa, pero sus hijos miraron con sospecha al recién llegado.
Y tuvieron razón pues, apenas entró en la casa, el falso comerciante regresó a su forma de ogro y, con voz terrible, pidió al pobre Zagul devolver los tesoros que se había llevado del reino de los ogros.
El hijo más joven de Zagul, que se había quedado afuera, entendió que su padre estaba en peligro y corrió por las calles de la aldea pidiendo ayuda.
En un abrir y cerrar de ojos todos los hombres (¿y quién no era amigo de Zagul?) acudieron en su auxilio con escardillas y cuchillos y redujeron al ogro a pedazos.
Así Zagul pudo vivir tranquilo con sus hijos y también los habitantes de la aldea se sintieron felices al verse libres de aquel ogro peligroso.
En cuanto al hermano rico y avaro, nadie lo extrañó porque no había dejado tras de sí ni hijos ni amigos.
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La República Árabe Saharaui Democrática (RASD), también conocida como "Sahara Occidental", está ubicada en el noreste de África, al sur de España y Portugal. Es un estado no reconocido por la ONU pero sí por unos 66 países, la mayoría africanos o latinoamericanos. Sus habitantes poseen un rico dialecto del literal clásico árabe que se denomina L´hasania, que no admite en sus acepciones giros extranjeros o vocabularios de insultos, factor que define el alto grado de educación del saharaui.

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