11.17.2006

PROSOEMA No. 5 (17/11/2006)


PRESENTACIÓN


Este número de Prosoema contiene tres poemas del nuevo libro de Luiz Carlos Neves, Versos paticojos de una pata coja y un breve ensayo de Mireya Tábuas titulado Contra la literatura infantil, que aunque ha sido publicado varias veces, nos parece que aún no es suficientemente conocido. Lo bajamos del espacio virtual Nireblog y lo ilustramos con imágenes alusivas a su discurso, que muestran cuanta razón tiene en lo que dice.

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Versos paticojos de una pata coja
Luiz Carlos Neves. Editora Isabel De los Ríos. Caracas, 2005.

Los poetas siempre han cantado a los animales silvestres o domésticos, pero ¿han observado las mascotas en la clínica veterinaria? Al igual que los niños (y los adultos), también los bichos muestran su ansiedad ante los médicos y dentistas.
En estos veteriversos, Luiz Carlos muestra una muy particular versión de las situaciones a las que se enfrentan los amigos de patas cuando les duele la panza.


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VERSOS PATICOJOS
Luiz Carlos Neves


Consulta

Doctora veterinaria
-le dijo la pata en un aria-.
Vengo a esta, su consulta
por susto, pata y pelusa.

Nadaba yo en un gran lago,
pescando peces, y de un gran tajo,
un cocodrilo o una anguila,
quiso engullirme cual golosina.

Piqué, batí las alas, grazné
y del tragón me escapé.
Pero me quedé, doctora,
calva, asustada y pata coja.

La doctora la atendió,
sacó la lengua, tosió,
y salió como un plumero,
con la pata en blanco yeso.


Consulto

Mi señor doctor veterinario,
le traigo aquí mi canario
junto con otras mascotas
porque estoy malo de la cocota:
Mi perro dejó el jardín
y usa del loro el trampolín.

Mueve el lomo la tortuga
como si fuese una oruga;
el gato es sólo un despiste,
todo el día comiendo alpiste.
A mi casa el morrocoy
la vigila desde hoy.

El pez dorado, al congelador
invadió, conquistador.
El ratón blancucho vuela
para ir a hasta la escuela.
¡Y todo el día el canario
anda leyendo el diccionario!


Versículos titánicos

Sentadas en el salón
dos poetas de coturno
esperaban por su turno,
resistiendo su dolor
para hablar con el doctor.

La cacatúa, que trúa, trúa,
además de bien vivir
quería además escribir
versos de muy alto vuelo
y no podía
porque tenía
!mira qué cosa!
el ala rota

Y la tortuga, que cúa, cúa,
en su gran caparazón
escondía con desazón
un simpático cuaderno
de color rojo
con versos cojos
también cargaba
rota la pata.
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Luiz Carlos Neves nació en Brasil y reside desde 1983 en Venezuela, donde ha realizado toda su actividad literaria Es abogado, con especializaciones en Derecho del Ambiente y en Ciencias Políticas pero se dedica por entero a la literatura infantil como cuentista, novelista, dramaturgo, poeta, ensayista y traductor. Es cuentacuentos, oficio en el que ha tenido destacada actuación como miembro del grupo En Cuentos y Encantos y "para ver el teatro desde adentro" (usando sus propias palabras), formó parte de los grupos de teatro para niños Los Carricitos y El Chichón. Es profesor de lengua y literatura brasilera y profesor e investigador en las áreas de literatura infantil y narración oral.
Siempre en el campo de la literatura infantil, ha resultado ganador de cuatro premios nacionales en el género cuento (1987, 1988, 1989 y 1990), tres en teatro (1987 y 1990), tres en poesía (todos en 1991); su novela Carabela calavera obtuvo el Premio Andino de Literatura Infantil Enka (1992) y su ensayo Poética y Robótica, sobre dramaturgia, fue premiado en el Festival Iberoamericano de Cádiz (España), en 1998. Sus obras más conocidas son Amigo es para eso, La gotica testaruda, Duendes de aquende y allende, Hazañas del Sapo Cururú y Nuevas hazañas del Sapo Cururú (cuentos); Porras y cachiporras, Cantar de Amor - Cantor de Mar, A jugar juglar, Arias imaginarias y Geografías traviesas (poesía), así como las novelas Carabela Calavera y Antojo de oso. La mayoría de estos títulos han sido publicados por Editora Isabel De los Ríos (telefax: 0058-212-551.38.96).
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CONTRA LA LITERATURA INFANTIL

Mireya Tábuas


CUANDO VEO UN DIMINUTIVO soy Herodes. Me gustaría asesinarlo, retorcerle el pescuezo, desmembrarle el ito que le sobra, destripárselo, extirpárselo, hacerlo trizas. Lo mismo me sucede cuando veo un arcoiris que danza (porque los arcoiris nunca faltan), un conejo que canta, una mariposa enamorada de la luna (porque la luna nunca falta), un ratón encorbatado. Todos. Todos al crematorio.
De la literatura infantil se duda que sea literatura. Y muchas veces con razón. Y cuando se refiere a ella con el sustantivo literatura, pues se acompaña siempre además –inevitablemente, compasivamente– con el adjetivo infantil, como para aclarar, como para distinguir, como para nivelar –o desnivelar–, como para sacudírsela, pues. Para marcarla. De esta línea no pasas. Nosotros aquí. Ustedes por allá. A la literatura infantil se le ponen además, como añadidura, como deslave, el sagrado deber de educar, orientar, qué se yo, llevar al niño por el camino de un bien que el adulto cree necesario. Es entonces cómo, antes que poetas o escritores, los primeros jurados –una suerte de filtro– que tienen casi todos los concursos literarios internacionales de esa categoría son un grupo de docentes –bien derechitos ellos, con lupas–, filtrando marranadas, filtrando la palabra “culo”, que está mal dicha en un cuento, aunque los niños la digan en el recreo; filtrando dudas, tristezas, extravíos, filtrando lo que ellos creen que los niños no van a entender, adultos limitados de infancia. Los niños siguen siendo, para la mayoría de las editoriales, pulcros alumnitos sentados en primera fila. Y si no lo son –porque seguramente no lo son los hijos de los editores– pues entonces hay que llevarlos por el carril con las letras.

O disfrazarlos –es más fácil– de animalitos que cantan en el bosque, de monigotes sin vida real, sin calle, sin acera, sin apartamentico de 50 metros cuadrados. O también, otra aberración –que además incluye otra variante: el no pago de derechos de autor– está el facilismo de agarrar los relatos indígenas y “limpiarlos” de impurezas que alguien delimitó así y lanzarlos asépticos, esterilizados, desinfectados al mercado. Eso sí, con muchos dibujos, con tapa dura, a todo color. Porque hay quien dice que hay que hacer los libros para los papás que los compran, para los colegios que los ponen en la lista de útiles escolares, para el Ministerio de Educación que los exige en el programa escolar. No para los niños. Para los niños nunca.

¿Y de qué hablan los niños en el recreo? ¿Qué miran por Internet? ¿Qué ven en la televisión? Los niños hablan de violencia y hablan de sexo y se cuentan historias de terror y hablan de rabias y hablan de dolores y hablan de los divorcios de sus padres y hablan de las tetas de silicona de sus madres y de la muerte de los abuelos. Sí. Hablan de eso. Ah, y de política. Que si Chávez. Que si las ocho estrellas. Y ven en Internet páginas pornográficas, porque las ven, y juegan Counter Strike donde destripan a cuchilladas o muelen a balazos al enemigo. Y ven las películas de los canales de cable, incluso esos canales que los padres aseguran con claves siempre fáciles de descubrir. Ese es su mundo.

Y mientras, mientras, la literatura infantil les dice lerolero, la fiesta de los ositos panda, el baile de los hipopotamitos, la princesa y el rey. Cuando en este país ni hay ositos panda, ni hipopotamitos, ni princesitas, ni reyecitos, ni un carajo.Y después los papás se quejan: Es que le compré un librito precioso, puras maripositas de colores y el carajito ni se lo leyó. Los niños de ahora no leen, culpa de la televisión. Mejor le compro un nintendo, qué voy a hacer.
Creo que la literatura es un espacio para la representación, la ficcionalización, la revelación del sí mismo, para lo lúdico y también para lo doloroso, para el miedo, para la felicidad y la infelicidad. Para la vida. Incluso para la muerte. Y un libro es para tenerlo al lado, para que sea tu pana. Creo que bajo esos parámetros debe verse la literatura infantil. No es que ahora vamos a lanzarles un Counter Strike en cuatro tomos o una página porno versión papel. No es eso –así me reducirán los más conservadores, he ahí la perversa que quiere malograr a los carajitos–. No.
El caso es que hay que pensar que ésos –los chamos que se ladillan un domingo porque tienen que ir a casa de la tía– son los niños que quieren leer y para que los libros los sientan como parte de ellos deben acompañarlos en el mundo en el que viven, deben ser sus cómplices.
¿Qué buscan los niños en Internet, la televisión, el recreo? Compartir con sus pares, en primer lugar; reírse (aman el humor, aman el doble sentido); entender (por eso el interés por la sexualidad); asustarse (les encanta una película de miedo); querer y ser queridos –gustar y ser gustados–; sentir el placer de la aventura y el riesgo (por eso el regusto por la violencia); enfrentarse a un sonido que les acecha, que oyen en los pasillos, en la cocina, a escondidas, ese rumor de la muerte. Son y quieren ser seres humanos completos y complejos, como somos los adultos. Con contradicciones, con peos.
Por eso yo digo. No escribo literatura infantil. Estoy en su contra. No me pidan diminutivos ni frases cortas ni lunas niñas que van al encuentro de nubes que han caído en el río. Yo escribo. Y tengo la suerte, la magnífica suerte, de que los niños me leen. Y que se enrojecen, se entristecen o se cagan de la risa con mis cosas.

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Mireya Tábuas. Narradora y periodista. Participó en los talleres de Narrativa del Celarg (1987-88). Su obra ha obtenido diversos reconocimientos, como: Premio de Dramaturgia Infantil Aquiles Nazoa, Premio de Literatura Infantil de la Bienal Mariano Picón Salas (1991), Premio de la Bienal Canta Pirulero del Ateneo de Valencia (1994), Primer Premio del Concurso de Literatura Infantil de la Fundación del Niño (1998). También fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo (1996). Tiene en su haber dos libros de lectura imprescindible: la novela Gato encerrado y el libro Cuentos para leer a escondidas.


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