7.06.2007

PROSOEMA No. 35 (06/07/2007)

CURURÚ, FUTBOLISTA

Luiz Carlos Neves



El Sapo Cururú invitó a la Rana Renata a salir de picnic al parque.
Al llegar, observaron que había una cantidad enorme de animales. Una bandada de guacamayas, una manada de búfalos, y hasta animales inexistentes como el coco y la hidra reposaban en la grama.
¡Cururú y Renata que tanto deseaban un lugarcito sólo para ellos!
–Allá está, Cururú.
Salieron brincando para ver ese lugar tranquilo y, cuando desembocaban, allá había una asamblea de cangrejos.
Y seguía la parejita en búsqueda de otro sitio solitario.
–Por allá, Renata.
Tan pronto llegaban, ahí venían las garzas en su reunión anual.
El parque ya no era un parque, sino un aparcamiento de bichos que se arrastraban, saltaban, volaban, cada quien chillando con su voz.
Buscaban Renata y Cururú y nada de espacio disponible. La rana iba delante, más interesada que nunca. Cururú iba un poco más atrás, pateando las piedras del camino.
De tanto patear, dio con una naranja pintona y se acordó de aquella canción:
“Una naranja madura
a la orilla de la vía
tiene gusano seguro
o tiene nido de avispa.”
Cururú miró la naranja, sintió ganas de devorarla. Por si acaso, miró a sus alrededores a ver si había avispones avispados. Felizmente no había ninguno, pero la naranja no estaba madura. Y le dio otro uso:
–Renata, atrapa esta...
Y pateó con fuerza la naranja. Renata, siempre atenta a los juegos, vio aquella pelota verde-amarilla volando en su dirección, pasando bien alto por su cabeza.
Corta pero no perezosa, se lanzó al aire y atajó la fruta. En seguida la puso en el suelo y la pateó en dirección a Cururú. Fue una naranjada, o sea, un golpe de naranja, a la altura de la rodilla.
Cururú paró la bola con una pata y la devolvió a un lateral de Renata. Pero ella no pudo atajar la fruta con la pata y tuvo que lanzarse de lado, los dos brazos estirados, pero no consiguió alcanzarla, sino darle un empujón con las manos.
La hermana mayor del limón desapareció en el monte. Renata y Cururú la fueron a buscar y, de repente, ahí vino la naranja de regreso, devuelta y de vuelta por los aires.
Detrás de ella, cangrejos, arañas, conejos, gansos, gallinas, perezas, caracoles, grillos, saltamontes, todos perseguían la fruta. Cada quien quería patearla a su modo y en la dirección que le venía en gana.
Algunos animales no participaban de las pateadas ni de las patadas sino que observaban con interés aquella carrera tras la pelota. Hasta que la naranja, cansada de tanto pateo, pataleo, pataletas, rodillazos, cabezazos y otros golpes, se despanzurró.
No se sabe de dónde vino otra fruta enviada por no se sabe quién. Recomenzó el juego. De pronto Cururú pensó que debieran establecerse ciertas reglas, porque así no tenía sentido, nadie sabía qué era lo que querían hacer.
El grillo Federico puso dos piedras marcando un objetivo, se dividieron los jugadores en dos equipos, los con camisa y los sin camisa.
Recomenzó el partido con más entusiasmo pues ahora había competencia, conteo de puntos, hasta se necesitó un árbitro, la lechuza, que con sus ojos pelados no pelaba una jugada.
Después de una bolsa de naranjas, terminó el partido por cansancio general, 98 puntos para los encamisados y 102 para los descamisados.
Todos fueron a tomar naranjada para celebrar el primer partido de fútbol de la historia.

7.01.2007

PROSOEMA No. 34 (01/07/2007)



Literatura para niños y jóvenes en Venezuela
UN PEQUEÑO BALANCE
Armando José Sequera


El día 28 de junio de 2007, asistí a un encuentro de escritores publicados y en vías de publicación por la Editorial Alfaguara.
El mismo se centró en el tema de las tendencias actuales de la literatura infantil y juvenil en Venezuela y el texto que sigue es una versión para
PROSOEMA
de mi ponencia.
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Hasta donde yo sé, no existe en el país ningún estudio que analice el trabajo realizado por quienes hacemos libros de literatura infantil y juvenil, en la Venezuela de los últimos veinte o veinticinco años, ni mucho menos qué tendencias hay o ha habido en dicha labor.
Hay sí algunas aproximaciones, especialmente las realizadas por Griselda Navas y Laura Antillano, en forma de libros, por María Elena Maggi, Fanuel Díaz y Maén Puerta como artículos y algunas ponencias hechas por ellos o por otros autores y estudiosos, entre ellos Luiz Carlos Neves, Mercedes Franco, Brenda Bellorín o quien esto escribe.
En ninguno de tales textos se hace referencia a tendencias en la literatura infantil y juvenil venezolana y apenas se menciona a ciertos autores y a algunas de sus obras.
Quienes escribimos y publicamos obras destinadas a niños y jóvenes lo hacemos cada cual por nuestra cuenta, comunicándonos algunos con frecuencia por vía telefónica o por correo electrónico y más o menos dándonos cuenta de qué estamos haciendo y qué estamos por hacer.
Obviamente, eso no nos convierte en un grupo, ni en un movimiento, ni mucho menos en representantes de alguna tendencia, un ismo o una escuela.
Somos individuos que trabajamos en lo que se nos ocurre y publicamos aquello que buenamente las editoriales públicas y privadas deciden poner en manos de los lectores.
Claro está que, si alguien se tomara el trabajo de hacer un estudio sobre nuestras obras, con toda seguridad hallaría coincidencias y, en ocasiones, búsquedas si no similares, parecidas. Éstas se producen no solamente por transitar el mismo sendero, sino porque habitamos el mismo país, nos dirigimos al mismo auditorio y porque somos contemporáneos.
Pero ni los que tenemos más tiempo en estos campos hemos creado alguna escuela, ni producimos clones a nuestra imagen y semejanza, ni quienes se han iniciado en los últimos años tienen el propósito de abandonar su independencia creativa y convertirse en seguidores de alguien.
En conclusión, me parece que hablar de tendencias en la literatura infantil y juvenil venezolana es, en este momento, más un ejercicio de imaginación que un acercamiento a la realidad.
Creo, sin embargo, que vale la pena realizar una investigación literaria, en plan tesis de grado, postgrado o de ascenso sobre el tema, que permita verificar o negar lo que he afirmado hasta ahora.
Ahora bien, dejando atrás lo relativo a las tendencias, sí creo pertinente hacer algunos señalamientos breves en torno a la literatura que se escribe para niños y jóvenes en el país.
Ello en virtud de que, en los últimos años, han ocurrido algunos cambios en la concepción de lo que se escribe y publica para los públicos antes indicados, con respecto a lo que se hacía doce o quince años atrás y que aún hacen muchas de las personas que acuden a los concursos literarios nacionales.
En primer lugar, se ha producido la consolidación de varios escritores como autores importantes de obras para niños y jóvenes, a la vez que como autores de libros para todo público. Esto se debe a que somos escritores de oficio y no aficionados con buenas intenciones, escasas lecturas y un casi nulo conocimiento técnico.
Aunque algunos somos docentes, no por ello priva en nuestras obras un sentido pedagógico ni se les dota de moralejas, las cuales como tantas veces se ha dicho son redundantes e irrespetan la libertad de interpretación y comprensión que debe tener el lector.
Además, se ha desterrado el abuso del diminutivo, característico de la pésima literatura que entre 1960 y 1990 se destinó a lectores infantojuveniles y se ha derrocado al final feliz como la tiránica y única forma de concluir los textos dirigidos a niños y a jóvenes. Esto último no quiere decir que se haya abolido el final feliz, sino que se le considera como lo que es, una de las tantas formas de terminar una obra literaria.
También se ha advertido que no existen temas tabú en la literatura para niños y jóvenes, sino que cualquier tema puede dirigirse a la infancia y a la adolescencia, siempre y cuando se le dé el tratamiento adecuado.
Al ser escritores de profesión, tenemos conciencia de lo que significa nuestro trabajo, no sólo en lo literario sino en lo ético y en lo económico. Lo que hacemos se traduce no sólo en una obra de arte sino también en un objeto que, al transmitir uno o varios mensajes, adquiere la condición de medio de comunicación. Por otra parte, no olvidamos que el libro es, además, un producto comercial que responde a hábitos de consumo, vaivenes de mercadeo y actividades de promoción y publicidad.
La gran consecuencia de todo lo anterior es que, en los círculos literarios académicos y críticos, se ha recobrado para la literatura infantil y juvenil el respeto que ésta tenía a mediados del siglo XX, cuando se consideraba una tarea excelsa e, incluso, un honor escribir para niños y jóvenes.
En este sentido, debo reseñar las más de cincuenta notas aparecidas en la prensa venezolana de 1950, celebrando la salida del poemario ¡Canta, Pirulero! de Manuel Felipe Rugeles. Dos de esas notas fueron escritas por ilustres exiliados que se hallaban en nuestro país: Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias. El resto fue hecho por escritores venezolanos que elogiaban el gesto de Rugeles, felicitándolo porque, al ser un autor muy conocido en Venezuela y en el resto del continente, ponía su escritura al alcance de los niños.
A nivel mundial sucedía algo parecido. No en balde, varios de los más populares ganadores del Premio Nóbel de Literatura, de antes de 1950, son recordados principalmente por sus obras destinadas al público infantil o juvenil; Juan Ramón Jiménez, Rudyard Kipling, Selma Lagerlöf y Hermann Hesse.
Aparte de la revaloración de la literatura infantil y juvenil en los medios literarios académicos y críticos, han ocurrido otros hechos en el sector que vale la pena destacar.
Uno, que se han incrementado las oportunidades de publicar, gracias al surgimiento de nuevas editoriales públicas y privadas, al nacimiento de nuevas colecciones dentro de las editoriales establecidas o al fortalecimiento de las que ya existían.
Dos, se ha trabajado en la creación de un público lector infantil y juvenil que, si bien se ha tratado de formar en los colegios y liceos del país, en un futuro próximo estoy seguro de que provendrá de otros espacios.
Tres, se está desterrando la idea de que la literatura hecha en Venezuela –especialmente, la destinada a niños y jóvenes–, tiene menos calidad que la venida del exterior. Esto ha incidido en que, cuando los autores vamos a los colegios, ya no se nos mira ni trata con desdén.
Cuatro, han surgido nuevas voces y, entre éstas y las que ya tienen algún tiempo expresándose, nuevas proposiciones que han colocado a nuestra literatura para niños y jóvenes entre las principales del continente.
Es necesario señalar, sin embargo, que aún quedan muchas personas que se apegan a las formas de escritura de hace algunos años, que repiten temas y argumentos agobiantemente trillados y que todavía piensan que los niños no tienen derecho a lecturas entretenidas sino sólo a bodrios pedagógicos o a panfletos pseudorreligiosos.
Esto se observa ya no tanto en las librerías como en los concursos literarios del sector, en los que abundan los textos pseudoliterarios con los que se pretende crear conciencia sobre el cuidado del medio ambiente; obras que rebosan de maripositas, caballitos o hadas y se presentan en forma de cuentos ilustrados o de versos rimados; narraciones con madres abnegadas e hijos ejemplares y, por supuesto, alegorías cristianas.
Tal hecho demuestra que la guerra contra la ignorancia literaria aún no se ha ganado y que todavía quedan muchas batallas que dar.
Sin embargo, creo que el balance general que he mostrado a grandes rasgos es positivo y que, sin bajar la guardia ni dormirnos sobre los laureles, debemos alegrarnos y felicitarnos por los avances y los logros.
A la par, no olvidarnos de que debemos consolidar lo logrado, proponernos nuevas metas y hacer todo lo posible por alcanzarlas. Sólo así, este hermoso campo de la literatura destinada a niños y jóvenes puede dar los frutos que desde siempre hemos querido cosechar.