4.28.2007

PROSOEMA No. 26 (28/04/2007)

LA CUMBRE DE DETECTIVES EN PARÍS

Ángel Berlanga

Pablo de Santis, ganador del Premio Planeta-Casa de América de Narrativa, dotado con 200 mil dólares, gracias a Enigma en París.


En 1987 publicó su primera novela, El palacio de la noche. En 1997, con La traducción, fue finalista del premio Planeta de Argentina, el que ganó Ricardo Piglia por Plata quemada. Ahora, Pablo De Santis ganó el flamante Planeta-Casa de América de Narrativa con Enigma en París, un relato ambientado allí a fines del siglo XIX y protagonizado por el ayudante de un detective argentino.
“Salvatrio”, uno de los diez finalistas seleccionados entre los 618 autores que enviaron sus obras, resultó el seudónimo de este escritor argentino nacido en 1963 en Buenos Aires, quien escuchó en Bogotá cómo el director de la filial colombiana de la editorial, Gabriel Iriarte, lo nombraba ganador y acreedor de los 200.000 dólares del premio.
Sonriente, de saco y corbata, pañuelo blanco asomando del bolsillo del corazón, De Santis recibió el trofeo diseñado por el artista Oscar Mariné y dio a los asistentes un mínimo esbozo de Enigma de París. “Fue una ceremonia en la que había muchos escritores”, cuenta De Santis desde Bogotá. “A muchos los conocía de antes, del Congreso de la Lengua que se hizo en Medellín hace poquito. Para mí fue un poco impresionante ese momento en el que uno tiene que pasar al frente, porque es como pasar a dar lección o un final en la facultad. Hablé con un hilo de voz.”
Cuatro quintas partes de la trama de Enigma... se desarrollan en esa ciudad en 1889, mientras se realizan los últimos preparativos de la Exposición Universal y se está terminando de construir la Torre Eiffel. En ese contexto, y con una serie de crímenes por resolver, allí se reúnen doce “grandes detectives del mundo”; como el especialista argentino no puede asistir, ahí va el ayudante. “En la novela se analiza el tema de hasta qué punto el personaje del segundo con respecto al detective es crucial”, apunta el escritor Guillermo Martínez, amigo de De Santis.
“El asistente se llama Sigmundo Salvatrio y es un joven de veinte años, muy inexperto, que tiene que hacerse cargo por casualidad”, explica De Santis. “Estos detectives hacen una especie de exposición de sus objetos de investigación, microscopios, máquinas extrañas. Y discuten acerca del método deductivo, del enigma y su revelación. El crimen en cuarto cerrado, el crimen en serie. Los temas que tienen que ver con el policial. Mientras, exponen distintas teorías con el relato de sus viejos casos, que en la novela aparecen como una serie de cuentos. En simultáneo ocurre ahí mismo, en París, una serie de asesinatos y hechos misteriosos que al principio parecen no tener lógica y son el hilo central del libro.”
“La primera parte transcurre en Buenos Aires –agrega el escritor–, donde el detective argentino arma una academia dedicada a la investigación que termina pésimo. La historia está contada por Salvatrio, que empieza por un lugar marginal y poco a poco va ocupando un lugar central.”
Gabriel Iriarte fue el quinto miembro de un jurado conformado por los escritores Juan Villoro (México), Eduardo Mendoza (España), Juan Gossaín (Colombia) y por el director general de Casa de América, Miguel Barroso, quienes premiaron a De Santis por unanimidad. El quinteto decidió que el segundo premio y sus 50.000 dólares fueran para El susurro de la mujer ballena, del notable escritor peruano Alonso Cueto Caballero. Se prevé que la entrega del Planeta-Casa de América Narrativa vaya rotando año tras año por distintas ciudades iberoamericanas; esta primera edición se entregó en simultáneo con la vigésima Feria del Libro de Bogotá, ciudad distinguida por la Unesco como Capital Mundial del Libro 2007. Las dos novelas premiadas serán publicadas en junio en toda Iberoamérica.
Las novelas de Pablo De Santis –Filosofía y Letras, El teatro de la memoria, El calígrafo de Voltaire, por citar tres de ellas– fueron traducidas al francés, italiano, portugués, alemán y ruso, entre otros idiomas. Escribió una decena de libros para adolescentes. Fue jefe de redacción de Fierro y guionista de El otro lado, el programa que ideó y condujo Fabián Polosecki. Se ha declarado obsesivo –“me meto a fondo en mi trabajo, soy obcecado e insistente, tiendo a pensar mucho las cosas”– y seducido por la práctica del desciframiento: “Es atractiva la idea de que la verdad está escondida”, señaló en una entrevista a este diario. “En mis libros, la figura del descifrador aparece a menudo.” El protagonista de Enigma en París parece andar esos pasos, siguiendo sospechas. Fuera de ellas, y más allá del premio, los relatos de De Santis son, desde hace varios libros, literatura para disfrutar. Y ahora, premiada.
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Tomado de la edición digital de Página 12, de España, del 25/04/2007. Suministrado por Alerta de Noticias Google de la misma fecha.

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LA INSPIRACIÓN

Pablo de Santis



El poeta Siao, que vivía desde el otoño en el palacio imperial, fue encontrado muerto en su habitación. El médico de la corte decretó que la muerte había sido provocada por alguna sustancia que le había manchado los labios de azul. Pero ni en las bebidas ni en los alimentos hallados en su habitación había huellas de veneno.
El consejero literario del emperador estaba tan conmovido por la muerte de Siao, que ordenó llamar al sabio Feng. A pesar de la fama que le había dado la resolución de varios enigmas —entre ellos la muerte del mandarín Chou y los llamados "crímenes del dragón"— Feng vestía como un campesino pobre. Los guardias imperiales se negaron a dejarlo pasar y el consejero literario tuvo que ir a buscarlo a las puertas del palacio para conducirlo a la habitación del muerto.
Sobre una mesa baja se encontraban los instrumentos de caligrafía del poeta Siao: el pincel de pelo de mono, el papel de bambú, la tinta negra, el lacre con que acostumbraba sellar sus composiciones.
—Mis conocimientos literarios son muy escasos y un poco anticuados. Pero sé que Siao era un famoso poeta, y que sus poemas se contaban por miles —dijo Feng—. ¿Por qué todo esto está casi sin usar?
—Sabio Feng: hacía largo tiempo que Siao no escribía. Como verá, comenzó a trazar un ideograma y cayó fulminado de inmediato. Siao luchaba para que volviera la inspiración, y en el momento de conseguirla, algo lo mató.
Feng pidió al consejero quedarse solo en la habitación. Durante un largo rato se sentó en silencio, sin tocar nada, inmóvil frente al papel de bambú, como un poeta que no encuentra su inspiración. Cuando el consejero, aburrido de esperar, entró, Feng se había quedado dormido sobre el papel.
—Sé que nadie, ni siquiera un poeta, es indiferente a los favores del emperador —dijo Feng apenas despertó—. ¿Tenía Siao enemigos?
El consejero imperial demoró en contestar.
—La vanidad de los poetas es un lugar común de la poesía y no quisiera caer en él. Pero, en el pasado, Siao tuvo cierta rencilla con Tseng, el anciano poeta, porque ambos coincidieron en la comparación de la luna con un espejo. Y un poema dirigido contra Ding, quien se llama a sí mismo "el poeta celestial", le ganó su odio. Pero ni Tseng ni Ding se acercaron a la habitación de Siao en los últimos días.
—¿Y se sabe qué estaban haciendo la noche en que Siao murió?
—La policía imperial hizo esas averiguaciones. Tseng estaba enfermo, y el emperador le envió a uno de sus médicos para que se ocupara de él. En cuanto a Ding, está fuera de toda sospecha: levantaba una cometa en el campo. Había varios jóvenes discípulos con él. Ding había escrito uno de sus poemas en la cometa.
—¿Y dónde levantó Ding esa cometa? ¿Acaso se veía desde esa ventana?
Si, justamente allí, detrás del bosque. Honorable Feng: los oscuros poemas de Ding tal vez no respeten ninguna de nuestras antiguas reglas, pero no creo que alcancen a matar a la distancia. ¡Además, la cometa estaba en llamas!
—¿Un rayo?
—Caprichos de Ding. Elevar sus poemas e incendiarlos. Yo, como usted, Feng, tengo un gusto anticuado, y no puedo juzgar las nuevas costumbres literarias del palacio.
Feng destinó la tarde siguiente a leer los poemas de Siao. A la noche anunció que tenía una respuesta. El consejero imperial se reunió con él en las habitaciones del poeta asesinado. Feng se sentó frente a la hoja de bambú y completó el ideograma que había comenzado a trazar Siao.
—"Cometa en llamas" —leyó el consejero—. ¿La visión de la cometa le hizo a Siao recuperar la inspiración?
—Siao trabajaba a partir de aquello que lo sorprendía. El momento en que se detiene el rumor de las cigarras, la visión de una estatua dorada entre la niebla, una mariposa atrapada por la llama. De estas cosas se alimentaba su poesía. Aquí en el palacio, ya nada lo invitaba a escribir: por eso su pincel nuevo estaba sin usar desde hacía meses. Ding puso allí el veneno y con la suficiente anticipación como para que nadie sospechara de él. Sabía que Siao, como todos los que usan pinceles de pelo de mono, se lo llevaría a la boca al usarlo por primera vez, para ablandarlo. Los restos del veneno se disolvieron en la tinta. Esa fue una de las armas de Ding.
—Imagino que la otra fue la cometa —dijo el consejero.
—Ding sabía que al ver algo tan extraño como una cometa en llamas, la inspiración volvería al viejo Siao.
Feng tomó el pincel de pelo de mono y escribió:
Una cometa en llamas sube al cielo negro.
Brilla un momento y se apaga.
Así la injusta fama del mediocre Ding.
—Mis dotes como poeta son pobres, pero acaso no esté tan alejado del tema que hubiera elegido Siao —Feng limpió con cuidado el pincel—. Como poeta Ding rechaza toda regla, pero como asesino acepta las simetrías. Para matar a un poeta eligió la poesía.
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Tomado de la revista digital Imaginaria, No. 103, Buenos Aires, 28 de mayo de 2003.

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