3.15.2007

PROSOEMA No. 21 (16/03/2007)


HISTORIA DEL JABOTÍ SABIO
Y DEL MICO ENTROMETIDO


Ana María Machado

El jabotí* puede parecer un animal medio tonto, así, pesado, lento. Pero, nada de eso: los indios saben que no es así. Tanto lo saben que cuentan un montón de historias de la habilidad del jabotí. Y tantas han contado que mucha gente que no es india aprendió también a contar historias. Hay historias hasta inventadas. Historias como ésta que tenemos aquí.
Dicen que era una vez un jabotí muy hábil que vivía en el matorral, en el borde de un río. Dentro del matorral vivían también otros animales más grandes, como la danta. Había animales fuertes, como el jaguar, animales cariñosos como el oso hormiguero y animales tan malolientes como el zorrillo. Pero no había ninguno tan astuto como el jabotí.
Algo que con frecuencia sucede con aquel que no es astuto, es que justamente se cree el más astuto del mundo. Y eso era lo que pasaba en el matorral. Todos los animales se creían los superastutos del lugar y pensaban que lo del jabotí era pura fama. Por eso resolvieron hacer un concurso, concurso muy reñido, para averiguar quién era el más inteligente. Y escogieron al hombre para ser el juez. Más exactamente a Curumin, cachorro de hombre.
Curumin llegó y vio a todos los animales reunidos.
Enseguida comenzó a preguntar:
—¿En qué eres experto tú?
Cada uno contó lo que quiso. La liebre inventaba cómo había engañado a la paca*. El conejo se acordaba de cómo un día ensilló al jaguar. La zorra celebraba recordando que una vez se había disfrazado de insecto. El mico se ufanaba de un montón de embustes.
El jabotí no decía nada. Cuando Curumin le preguntó, el jabotí dijo:
—No sé nada… Soy un tonto. Cualquiera me engaña.
Curumin enseguida se dio cuenta de que se trataba de un astuto disfrazado de tonto para que nadie le pusiera atención. Entonces cambió de tema y dijo:
—Vamos a hacer una cosa. Voy a hacer una pregunta muy difícil. Quien la conteste gana el premio a la astucia.
—¿Cuál es el premio?
Curumin pensó un poco para ver qué era lo mejor del matorral y contestó:
—Las mejores frutas del bosque. El que gane escoge las que quiera. Hubo gran animación y alborozo. Todos se pusieron de acuerdo. Entonces Curumin preguntó:
—¿Qué será, qué será, lo que está sobre el cielo?
La onza*, que era el más fuerte, contestó de primeras y gritó:
—¡El huevo!
Nadie entendió. Y es que la onza creía que todas las preguntas que comienzan con ¿qué será, qué será? tienen la misma respuesta: el huevo. Sólo porque casi todas las adivinanzas que él había oído eran así: ¿qué será, qué será, una casita blanca sin puerta y sin tranca? O, ¿qué será, qué será, una casita blanca de buen parecer, no hay carpintero que la pueda hacer? O, ¿qué será, qué será, que para poderlo usar se tiene que quebrar? O, ¿qué será, qué será, algo que en la vida es un tesoro, se tira para arriba y es de plata, se tira para abajo y es de oro?
De no haber sido la respuesta de la onza, todos habrían soltado una carcajada. Pero todos le tenían mucho miedo. Por eso se hicieron los que no habían oído nada. Sólo Curumin fue capaz de decir que había fallado.
Entonces cada uno comenzó a contestar. Uno decía que era la nube, otro creía que era el buitre, otro respondía que era el arco iris, la luna, el sol, una estrella, todo lo que brillaba en lo alto. Ninguno acertaba. Hasta que el mico dijo:
—Es Dios.
Y el jabotí dijo:
—Es el punto de la letra “i”.
Se armó una gran discusión, unos decían que podía ser cualquiera de las dos respuestas, otros garantizaban que sólo uno tenía la razón. Y Curumin habló y pidió que le pusieran atención:
—Vamos a desempatar el premio. ¿Cuántas frutas quieres tú, mico? ¿Y cuántas quieres tú, jabotí?
El mico, muy goloso, dijo enseguida:
—Ahora no quiero ninguna, pues tengo la barriga llena. Voy a esperar hasta mañana por la mañana para comerme todas las frutas que me quepan en ayunas.
El jabotí no se afanó y fue con toda calma que dijo:
—Quiero una.
Todos se asombraron:
—¿Una? El jabotí confirmó:
—Eso mismo. Junten todas las frutas que tengan y cuéntenlas. Una es mía. Se pueden quedar con las otras. Al día siguiente, bien temprano, se reunieron todos los animales frente a una enorme piña de frutas. Había guayaba, coco, mango, banano, piña, patilla, zapote. Había papaya, tamarindo, maracuyá*, chirimoya y todas las frutas que uno se pueda imaginar. El mico, que no comía desde la víspera, fue diciendo:
—Yo empiezo.
Y de veras que comenzó, riendo, pensando que después de comerse todas las frutas que pudiera en ayunas, no le iba a quedar ninguna al jabotí. Pero cuando iba a comenzar el segundo banano, oyó que el jabotí decía con voz mansa:
—No más. Se acabó tu turno.
—¿Cómo que se acabó mi turno? Apenas estoy empezando… —Nada de eso. Tú podías comer todo lo que pudieras en ayunas. Pero ya no estás en ayunas porque te comiste un banano. Se acabó.
Hubo una carcajada general, todos burlándose del goloso. El mico se fue, malencarado y furioso.
Curumin anunció:
—Ahora le toca al jabotí. Vamos a contar las frutas, para que él coja la suya.
Y comenzó a contar:
—Uno, dos, tres…
—Puedes parar de contar —interrumpió el jabotí—. Déjame coger la mía, esa que contaste “una”.
Y la cogió. Después dijo:
—¡Sigue contando!
Cuando Curumin comenzó otra vez, dijo de nuevo:
—Una… El jabotí interrumpió otra vez:
—¿Una? Entonces es la mía…
Y así fue hasta el final. Curumin no lograba contar porque, cada vez que decía “una”, el jabotí cogía la fruta y decía:
—Es mía. Sólo quiero una.
De una en una, se quedó con la pila. Y tuvo fruta de sobra para compartir con los amigos y con toda la familia.
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· Jabotí. Tortuga terrestre. En Venezuela, morrocoy.
· Paca. En Venezuela, lapa.
· Onza. Felino de pelaje rojizo Sudamérica. Se le conoce también como yaguarundí.
·Maracuyá. En Venezuela, parchita. Fruta del paraíso en otras regiones del continente americano.
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Texto tomado del sitio www.edicionesdelsur.com.
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Ana María Machado (1941). Novelista y autora brasileña de literatura infantil. Vive en Río de Janeiro, su ciudad natal. Estudió pintura en Río de Janeiro y en Nueva York, y se doctoró en Lingüística en la École des Hautes Études de París, donde fue alumna de Roland Barthes. Periodista y profesora de letras, uno de los ejes de su obra literaria dirigida a niños y jóvenes reside en el aspecto lúdico y fundador del lenguaje.
Sus relatos para los más pequeños se caracterizan por dominar el arte de las secuencias, con repeticiones y acumulaciones que facilitan la comprensión pero no carecen de variedad ni sorpresa. En otras facetas de su obra ha dado cabida al mundo mítico, que describe a medias, para que el lector interprete lo que mejor considere y al folclore y la tradición de Brasil. La autora se ha declarado partidaria de escribir una literatura “sin mensaje”, que deje traslucir la propia visión del mundo pero no se centre en informar ni convencer: “Mis intenciones son estéticas: tratar la palabra de una manera artística, explorar las posibilidades de la lengua, inventar nuevas maneras de hacer relatos, enfrentar retos narrativos”. “Maestra de la musicalidad del lenguaje portugués, su popularidad entre los jóvenes lectores es enorme. Ella ha cubierto muchos temas políticos y sociales en un amplio rango de historias que tienen un toque mágico propio. A través de sus libros, conferencias y entusiastas actividades relacionadas con el libro, ha sido una figura definitiva en la construcción de la importancia de la literatura infantil en Brasil”.
Comenzó a escribir cuentos breves para la revista Recreio. Historia medio al revés (1979) abrió el camino a la subversión en la estructura de los cuentos de hadas tradicionales, concediendo al individuo el derecho a buscar respuestas personales en la construcción de su propia vida. El pequeño Pedro y su buey volador (1979) y Del tamaño justo (1980) muestran al niño en su propio reino, es decir, en el espacio donde la imaginación permite escapar de las normas rígidas de los comportamientos habituales. Esta línea narrativa se acentuó en Érase una vez tres (1980), Algunos miedos y sus secretos y El niño que espiaba para dentro (1984). El tema del origen familiar, étnico, mítico, es otra de las facetas de la autora: Bisa Bia, Bisa Bel (1982), Al otro lado hay secretos (1980), Mandingas de la isla quilomba (1984). Otra de las principales características de su obra es el tratamiento especial que da a los lugares comunes. El tema ecológico lo enfoca desde la óptica de la toma de conciencia y el diálogo con lo mítico: Un montón de unicornios (1983) y Gente, animal, planta: el mundo me encanta (1984). La aventura personal en la etapa adolescente aparece en Unas ganas locas (1990) y Eso nadie me lo quita (1994). En su amplia obra se destacan muchos otros títulos, algunos centrados en el proceso de adquisición de la lectura, en la dramaturgia y en la traducción. Se dedica también a reelaborar historias del folclore brasileño y universal. En O tesouro das cantigas para crianças (2001) reunió canciones y rimas infantiles. También ha escrito obras fuera de la literatura infantil como Alice y Ulisses (1983), El mar nunca transborda (1995) y Esta fuerza extraña. En 2000 obtuvo el Premio Hans Christian Andersen, el más prestigioso galardón de las letras infantiles. En 2003, se convirtió en el primer autor de literatura para niños aceptado en la Academia Brasilera de Letras.
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Texto realizado con informaciones tomadas del sitio FPdLP (www.epdlp.com) (El Poder de La Palabra) y de Wikipedia en español.
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Entrevista a Ana María Machado
UNA CULTURA DE LA RESISTENCIA

Carolina Arenes



Dicen que Ana María Machado conoce el latido secreto de las palabras. Y que por eso sabe jugar con ellas al tiempo que, casi como al pasar, va contando una historia. Dicen que sus relatos, siempre con humor, siempre lúcidos, logran atrapar las voces dispersas de la calle. Y dicen, además, que con todo eso logró darle status literario a algunos de los problemas más difíciles de su Brasil natal y de su tiempo. Y que supo hacerlo, también, en forma de historias para chicos. Por todas estas cosas, durante la Feria del Libro de Bolonia, en Italia, el Ibby (International Board of Books for Young People) le otorgó el Premio Andersen, el equivalente al Nobel en la literatura infantil. Con más de cien títulos publicados entre obras para niños y para adultos –Palabras, palabritas, palabrotas (Emecé), Pimienta en la cabecita (Norma), Yeca, el tatú, Buenas palabras, malas palabras (Sudamericana), entre los libros traducidos al español–, con un trabajo teórico que ha dejado huella, Ana María Machado hace muchos años que era firme candidata para el Andersen.
Y, sin embargo, la literatura infantil fue un descubrimiento tardío para esta mujer nacida en Río de Janeiro, en 1941, primera de nueve hermanos de una familia cultivada y viajera. Estudió pintura en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en donde realizó varias exposiciones. Más tarde, decidida a entrar en terreno literario, hizo la licenciatura en Letras y se doctoró en Lingüística en París, donde estudió con Barthes, Genette y Eco.
¿Por qué de allí a la literatura infantil? “¿Y por qué no? –se preguntó durante la entrevista con La Nación, poco después de recibir el premio–. A quienes miran de soslayo la literatura infantil, yo les diría que es una literatura más rica, porque puede ser leída por adultos y por niños. Las obras para chicos son las de Carroll, las de Collodi, las de Rodari. Es decir, autores que se ganaron a los lectores pequeños, pero que son tan buenos escritores como Stendhal, como Hemingway, como Cortázar, como Guimarães Rosa: nos hablan de nosotros mismos, nos ayudan a crecer, no importa si somos adultos o pequeños”.
Agotada, casi sin voz y con unas líneas de fiebre, Ana María Machado parece tener una reserva inagotable de energía. Está exhausta, pero discute con pasión, no para de pensar ni de reírse y estalla en una carcajada, aunque el lugar esté repleto de desconocidos y uno que otro se dé vuelta para mirarla. Se ríe igual, se ríe con ganas. Y sorprende más cuando uno sabe que esta mujer de vitalidad envidiable y contagiosa, escritora desde pequeña, madre de tres hijos y casada desde hace diez años con un músico once años menor, acaba de vérselas con la muerte. En rigor, con un cáncer, con una mastectomía, con un año de quimioterapia y varias operaciones. “Tuve que cabalgar el dolor todos los días. En todo ese tiempo, algo de la niña que he sido, me daba fuerzas y me ayudaba. Cuando niña creía que sería inmortal. Después tuve que aprender a vivir con la muerte y transformé ese dolor en un encantamiento por la vida. También me puse más rebelde; ahora digo que no con mucha más frecuencia, soy más desaforada, más vehemente para defender mis ideas”.
Algo de esa rebeldía dejó su huella también en Italia cuando, después de recibir el Andersen, dirigió unas palabras al público que la había ovacionado. Vivió esa distinción como una consagración para su país y para un modo de entender la literatura. Lo dijo en ese momento y lo explicó mejor después, en el diálogo con La Nación. “Este premio es el más importante en su especialidad. Por un lado, me enorgullece que Brasil gane frente a escritores de todo el mundo. Pero además, éste es un espaldarazo que posibilita que las editoriales de países poderosos, que no le dan importancia a lo extranjero, tengan que ocuparse de nosotros. No quiero hacer un típico comentario demagógico como éste es un premio de toda Latinoamérica, pero sí creo que es el reconocimiento a la calidad de un tipo de libro que se hace en América latina”.
–¿Cuál es la diferencia?
–Es el libro que aún nace desde adentro del autor, no por encargo, y nace del deseo de comprender la sociedad donde vivimos, quiénes somos como nación y como individuos. Y esa reflexión va junto con el humor, con la poesía. Porque no estoy hablando de libros de enseñanza o de adoctrinamiento; no, son libros que parten de la propia literatura, de ubicarse frente al mundo por medio de las palabras. Las editoriales poderosas están muy preocupadas porque se dan cuenta de que terminan haciendo los mismos libros. La empresa elige el tema, el formato, después elige qué tipo de personajes necesita (un negro o un inmigrante, elige la clase social) y después decide a quién le encarga que lo escriba.
–Pero estas cosas también suceden en el mercado latinoamericano.
–Por supuesto. Pero en los países industrializados prácticamente ha desaparecido el trabajo artesanal, literario, artístico; ellos están dominados por el mercado. Nosotros todavía tenemos muchos escritores, ilustradores y editores que parten de convicciones estéticas, y también venden (yo vendí 6 millones de ejemplares). Pese a que también el mercado se entroniza en nuestros países, aún sobrevive una literatura de resistencia. Eso ellos no lo tienen más.
–¿Cuál es el concepto de resistencia en la literatura infantil?
–Hoy la resistencia es cultural. Resistir hoy es no aceptar que la literatura se convierta en otro bien de consumo o, por lo menos, que el mercado y el consumo no sean su punto de partida y su justificación. Pero, sobre todo, resistir es defender estéticamente nuestras diferencias culturales, lo que nos hace ser quienes somos.
–Sus libros y muchos de otros autores brasileños dan cuenta de la diversidad racial y étnica de su país. ¿Es siempre genuina esa expresión o a veces está marcada por la obligación de ser políticamente correctos?
–Yo creo que hay en Brasil un orgullo nacional de que no haya prejuicios raciales. Nos gusta pensarnos como una gran democracia racial y es probable que los libros, a veces, reflejen ese deseo más de lo que reflejan la realidad. En Brasil, el prejuicio es contra el pobre, no contra la raza. Pelé es blanco, se dice, porque es rico, famoso. El prejuicio es mucho más social que racial.
–Usted escribe para adultos y para niños, tiene un reconocida trayectoria teórica. ¿Con cuál de estas actividades se identifica más?
–Desde niña me fascinaban los cuentos que me contaba mi abuela. Me gustó leer, y leía para mis nueve hermanos. Más tarde, me gustó inventar los cuentos y a mis hermanos les gustaban más las historias mías que las de los libros. Mucho después lo hice para mis tres hijos. Ahora, empezaré a hacerlo para mis nietos. No hubo un paso desde el estudio teórico a los libros para niños, tampoco son compartimentos estancos. El amor por las historias siempre estuvo en mí. Me gustan las palabras, me maravilla que la gente pueda comunicarse y comunicar con hermosos sonidos ideas a veces tan abstractas. Eso no va a cambiar, porque tiene que ver con el recorrido de toda mi vida. Con premio o sin él, yo voy a seguir escribiendo todas las mañanas.
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Carolina Arenes era, al momento de la entrevista (año 2000), una periodista adscrita a la Redacción del diario La Nación, de Buenos Aires.
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Libros recomendados
de Ana María Machado


De carta en carta. Editorial Alfaguara, Ciudad de México, 2004.
En una ciudad antigua, a orillas del mar, viven un niño llamado Pepe y su abuelo materno José, un jardinero.
Pepe tenía edad de ir a la escuela pero prefería quedarse jugando en casa, aunque decía que lo hacía para ayudar a su abuelo.
Y, en efecto, de vez en cuando, Pepe ayudaba al abuelo hasta el día en que no quiso hacer lo que éste le pedía y dejaron de hablarse.
A Pepe se le ocurre que, ya que no quiere hablar con su abuelo, puede decirle lo que siente mediante una carta. Pero hay un doble problema: no sabe escribir ni su abuelo sabe leer.
Pese a ello, recurre al señor Miguel, uno de los escribidores de cartas que, con una máquina de escribir, prestan su servicio en una plaza de la ciudad.
Así se inicia un intercambio epistolar entre dos personas analfabetas que acuden al mismo escribidor, no sólo para que elabore las cartas sino para que se las lea.
La divertida trama de este relato nos muestra la realidad de buena parte de nuestro continente, donde la lectura y la escritura han sido vedadas a millones de personas que, por dedicarse a ganar un sueldo de subsistencia, nunca tuvieron ocasión de ir a una escuela.
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El barbero y el coronel. Editorial Norma, Bogotá, 2006.
Un hacendado poderoso que se hace llamar El Coronel” entra un día a la única barbería del pequeño pueblo que él considera suyo.
Como está de mal humor, todo cuanto le dice el barbero lo toma a mal y por eso lo reta a que le diga ¿cuántos pelos tiene en su cabeza?
Por supuesto, se trata de una pregunta imposible de responder pero el barbero pospone la respuesta para un mes más tarde. Entretanto, espera hallar la forma de salir del embrollo.
Y la encuentra, gracias a la ayuda de diversos animales que le hacen ver que la respuesta que él tanto ansía -pues, obviamente, en ella le va la vida-, la tiene él mismo si decide afrontar la situación con valentía.

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El perro del cerro y la rana de la sabana. Ediciones Ekaré, Caracas, 1986.
Un perro que vive en un cerro y una rana que vive en una sabana protagonizan este cuento semirrimado.
Ambos animales se trenzan en una discusión acerca de cuál de los dos es más valiente y en eso aparece en escena el león.
La respuesta a qué ocurre constituye el desenlace de este cuento que ya es un clásico de la literatura para niños y jóvenes en nuestro continente.

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