(Maya)
–¿Por qué pone ese muñeco con esa piedra en la mano en medio de su milpa? –pregunté un día a un anciano agricultor al que llamaban Don Nico.
Su cara se animó con una sonrisa de niño, en tanto que me contestaba:
–Sé que usted no cree, pero le diré: soy pobre, muy pobre y no tengo quien me ayude a cuidar la milpa, pues casi siempre, cuando llega la cosecha, me roban el fruto de mis esfuerzos. Este muñeco que ve no es un muñeco común, es algo más. Cuando llega la noche, toma fuerzas y ronda por todo el sembrado. Es mi sirviente... Se llama Canancol y es parte mía, pues lleva mi sangre. El sólo me obedece a mí... Soy su amo.
Don Nico siguió diciendo:
–Después de la quema del maizal, se trazan en ella dos diagonales para señalar el centro; se orienta la milpa del lado de Lakín y la entrada queda en esa dirección. Terminado esto, que siempre tiene que hacerlo un men, se toma la cera necesaria de nueve colmenas, el tanto justo para recubrir el canancol, que tendrá un tamaño relacionado con la extensión del maizal. Después de fabricado el muñeco, se le colocan los ojos, que son dos frijoles; sus dientes son maíces y sus uñas, ibes; por último, se viste con holoch. El canancol estará sentado sobre nueve trozos de yuca. Cada vez que el sacerdote ponga uno de aquellos órganos al muñeco, llamará a los cuatro vientos buenos y les rogará que sean benévolos con (aquí se dice el nombre del amo del maizal), y le dirá, además, que es lo único con que cuenta para alimentar a sus hijos. Terminado el rito, el muñeco debe ser ensalmado con hierbas, presentado al dios Sol y dado en ofrenda al dios de la lluvia. Luego se queman hierbas de olor y anís y se mantiene el fuego sagrado por espacio de una hora. Mientras tanto, el sacerdote reparte entre los concurrentes balché, que es un aguardiente muy embriagante, con el fin de que los humanos no se den cuenta de la bajada de los dioses a la tierra. Esta es cosa que sólo el men debe ver. La ceremonia debe llevarse a efecto cuando el sol está en el medio cielo. Al llegar esta hora, el sacerdote da una cortada al dedo meñique del amo del maizal, la exprime y deja caer nueve gotas de sangre en un agujero hecho en la mano derecha del muñeco, agujero que llega hasta el codo. Después, el men cierra el orificio de la mano del muñeco y, con voz imperativa y gesticulando a más no poder, dice a éste: “Hoy comienza tu vida. Éste (señalando al dueño) es tu señor y amo. Obediencia, canancol, obediencia, que los dioses te castigarán si no cumples. Este maizal es tuyo. Debes castigar al intruso y al ladrón. Aquí está tu arma”. Y, en el acto, coloca en la mano derecha del muñeco una piedra.
Don Nico calló unos segundos y luego prosiguió:
–Durante la quema y el crecimiento del maizal, el canancol está cubierto con palmas de huano. Pero, cuando el fruto comienza a despuntar, se descubre… Cuenta la gente sencilla que el ladrón que trate de robar recibe pedradas mortales. Es por eso que en las milpas donde hay canancoles nunca roban nada.
Como vio que mis ojos no reprobaban sus palabras, Don Nico concluyó:
–Es tan firme esta creencia que, si por aquella época y lugar, se encuentra herido algún animal, se culpa al canancol. Y como puede ser que el canancol se equivoque, el dueño, al llegar a la milpa o maizal, toma sus precauciones y, antes de entrar, le silba tres veces, que es la señal convenida. Despacio se aproxima al muñeco y le quita la piedra de la mano; trabaja todo el día y, al caer la noche, vuelve a colocar la piedra en la mano del canancol. Eso sí, al salir, silba de nuevo. Cuando cae la noche, el canancol recorre el sembrado y hay quien asegura que para entretenerse, silba como el venado.
–¿Después de la cosecha, se queda allí el muñeco?
–No –respondió Don Nico–. Después de la cosecha, se hace un hanincol, que es una ceremonia en honor del canancol. Terminada esta ceremonia, se derrite el muñeco y la cera se utiliza para hacer velas, que se queman ya en un altar indígena, ya en un altar cristiano.
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Holoch: brácteas que cubren las mazorcas.
Ibes: frijoles blancos.
Lakin: Oriente.
Men: sacerdote.
Su cara se animó con una sonrisa de niño, en tanto que me contestaba:
–Sé que usted no cree, pero le diré: soy pobre, muy pobre y no tengo quien me ayude a cuidar la milpa, pues casi siempre, cuando llega la cosecha, me roban el fruto de mis esfuerzos. Este muñeco que ve no es un muñeco común, es algo más. Cuando llega la noche, toma fuerzas y ronda por todo el sembrado. Es mi sirviente... Se llama Canancol y es parte mía, pues lleva mi sangre. El sólo me obedece a mí... Soy su amo.
Don Nico siguió diciendo:
–Después de la quema del maizal, se trazan en ella dos diagonales para señalar el centro; se orienta la milpa del lado de Lakín y la entrada queda en esa dirección. Terminado esto, que siempre tiene que hacerlo un men, se toma la cera necesaria de nueve colmenas, el tanto justo para recubrir el canancol, que tendrá un tamaño relacionado con la extensión del maizal. Después de fabricado el muñeco, se le colocan los ojos, que son dos frijoles; sus dientes son maíces y sus uñas, ibes; por último, se viste con holoch. El canancol estará sentado sobre nueve trozos de yuca. Cada vez que el sacerdote ponga uno de aquellos órganos al muñeco, llamará a los cuatro vientos buenos y les rogará que sean benévolos con (aquí se dice el nombre del amo del maizal), y le dirá, además, que es lo único con que cuenta para alimentar a sus hijos. Terminado el rito, el muñeco debe ser ensalmado con hierbas, presentado al dios Sol y dado en ofrenda al dios de la lluvia. Luego se queman hierbas de olor y anís y se mantiene el fuego sagrado por espacio de una hora. Mientras tanto, el sacerdote reparte entre los concurrentes balché, que es un aguardiente muy embriagante, con el fin de que los humanos no se den cuenta de la bajada de los dioses a la tierra. Esta es cosa que sólo el men debe ver. La ceremonia debe llevarse a efecto cuando el sol está en el medio cielo. Al llegar esta hora, el sacerdote da una cortada al dedo meñique del amo del maizal, la exprime y deja caer nueve gotas de sangre en un agujero hecho en la mano derecha del muñeco, agujero que llega hasta el codo. Después, el men cierra el orificio de la mano del muñeco y, con voz imperativa y gesticulando a más no poder, dice a éste: “Hoy comienza tu vida. Éste (señalando al dueño) es tu señor y amo. Obediencia, canancol, obediencia, que los dioses te castigarán si no cumples. Este maizal es tuyo. Debes castigar al intruso y al ladrón. Aquí está tu arma”. Y, en el acto, coloca en la mano derecha del muñeco una piedra.
Don Nico calló unos segundos y luego prosiguió:
–Durante la quema y el crecimiento del maizal, el canancol está cubierto con palmas de huano. Pero, cuando el fruto comienza a despuntar, se descubre… Cuenta la gente sencilla que el ladrón que trate de robar recibe pedradas mortales. Es por eso que en las milpas donde hay canancoles nunca roban nada.
Como vio que mis ojos no reprobaban sus palabras, Don Nico concluyó:
–Es tan firme esta creencia que, si por aquella época y lugar, se encuentra herido algún animal, se culpa al canancol. Y como puede ser que el canancol se equivoque, el dueño, al llegar a la milpa o maizal, toma sus precauciones y, antes de entrar, le silba tres veces, que es la señal convenida. Despacio se aproxima al muñeco y le quita la piedra de la mano; trabaja todo el día y, al caer la noche, vuelve a colocar la piedra en la mano del canancol. Eso sí, al salir, silba de nuevo. Cuando cae la noche, el canancol recorre el sembrado y hay quien asegura que para entretenerse, silba como el venado.
–¿Después de la cosecha, se queda allí el muñeco?
–No –respondió Don Nico–. Después de la cosecha, se hace un hanincol, que es una ceremonia en honor del canancol. Terminada esta ceremonia, se derrite el muñeco y la cera se utiliza para hacer velas, que se queman ya en un altar indígena, ya en un altar cristiano.
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Holoch: brácteas que cubren las mazorcas.
Ibes: frijoles blancos.
Lakin: Oriente.
Men: sacerdote.
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