DISCULPA
Pedimos disculpas a nuestros habituales lectores porque no salió nuestra edición de la semana pasada. Esperamos seguir contando con su amistad y su aprecio y esperamos que esa imprevista ausencia no ocurra de nuevo.
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LA HERMANA
LA HERMANA
DE LA BELLA DURMIENTE
Marcelo Birmajer
I
Los padres de la Bella Durmiente celebraban el cumpleaños número quince de su segunda hija.
Veinte años atrás, su primogénita, los mismos reyes y toda la población de Palacio se habían salvado, gracias al beso del príncipe, del sueño eterno en el que los había sumido la maldición de la bruja Agatha —también conocida como el Hada Mala—. Maldijo a Bella, la primogénita, en su cumpleaños número quince, precisamente por no haber sido invitada a la fiesta. La condenó a dormir por siempre en cuanto se pinchara con una aguja. De no ser por el beso en los labios del príncipe Romo, aún estarían durmiendo.
Los reyes habían recibido el nacimiento de Bella como un milagro, puesto que por entonces llevaban muchos años de casados sin que la Providencia los hubiese bendecido con la llegada de un hijo. Y luego de que el príncipe anulara el hechizo, al poco tiempo dieron al reino la buena nueva de que un hijo más venía en camino. Fue una hermosa princesita a la que llamaron Sofía. Ahora cumplía quince años.
Las horribles circunstancias del cumpleaños número quince de Bella habían escarmentado a los reyes, Flavio y Adriana. Ya sabían que no bastaba con todo el poder ni el dinero ni los guardias del mundo para garantizar la seguridad de sus hijas. Pero, aunque nada fuera suficiente, debían precaverse con inteligencia y astucia para que el destino de las jóvenes fuera lo más seguro posible.
Por ello, para el cumpleaños número quince de Sofía convocaron al reino al profesor Strogonoff, quien estaba reputado en toda Europa como sabio prominente, experto en estrategia, seguridad y trato con los poderes extraterrenales.
El profesor Emil Strogonoff era un hombre de cincuenta años, de muy buen ver, con una tupida barba blanca, y una mirada intensa y brillante. Llegó a Palacio en un carro tirado por dos caballos, acompañado por cuatro guardias del reino de Basilea, de donde provenía, y a llegar al sendero real se le sumaron cuatro guardias montados más, enviados por Flavio y Adriana.
Luego de una opípara merienda, el sabio durmió una necesaria siesta, y por la noche, luego de la cena —porque mientras se come no se trabaja—, Flavio, Adriana y Emil Strogonoff se reunieron en la Sala de Conferencias real para debatir el tema: cómo asegurar el buen transcurrir de la fiesta de quince años de Sofía.
Strogonoff pidió todos los documentos referidos al cumpleaños número quince de Bella, a Agatha y a las Hadas Buenas.
—Es evidente —les dijo el sabio a los reyes— que vuestra preocupación deviene del mal trance vivido hace veinte años, cuando el cumpleaños número quince de vuestra primogénita. Lo primero que debemos evitar es que se repitan semejantes sucesos.
Flavio y Adriana asintieron.
Los tres conversaron horas sobre cada uno de los detalles que habían precedido a la ceremonia, a la aparición intempestiva de Agatha y a la maldición. El profesor Strogonoff leyó una vez más los documentos delante de los reyes y, no contento con ello, se llevó los papeles a la cama.
—Mañana por la mañana —dijo el profesor—, luego del desayuno, les recomendaré un plan de acción.
Los reyes pasaron una mala noche, aguardando con ansiedad la sugerencia del sabio.
Al día siguiente, como había prometido, luego de los canapés de lengua de ruiseñor y la leche con licor que los reyes acostumbraban desayunar, Strogonoff presentó su plan de seguridad.
II
—Quizá mi idea les resulte pueril o infantil —dijo el profesor—. Pero a menudo los peligros más difíciles se alejan con las respuestas más simples. Lo sé por mi servicio a las órdenes de buena parte de los poderosos de la Tierra: reyes, emperadores y hombres ricos o ilustres. Por todo lo leído y conversado, tengo para mí que el único peligro real cercano que hoy afrontamos es la misma Agatha. Aún vive y ansía venganza. Es cierto que a lo largo de su vida la princesa Sofía enfrentará muchos otros peligros —no podemos prever la mayoría de ellos—, y para entonces, si la buena fortuna lo quiere, ella ya estará casada, protegida por un gran señoir, y será lo suficientemente grande como para saber precaverse o bien recurrir a mí de nuevo, que estaré siempre a vuestras órdenes. Pero el desafío de la presente hora es impedir que en la próxima fiesta, en la flor de su edad, la princesa Sofía sufra un destino semejante al de vuestra primera hija. Por lo tanto, mi consejo es invitar a la bruja Agatha a la fiesta.
III
El rey y la reina casi se caen para atrás en sus confortables sillones.
Sabían que la bruja vivía, pero tenían la esperanza de no volver a verla por el resto de sus vidas. ¿Invitarla a la fiesta, nada menos... ¡a la responsable de la peor tragedia que habían vivido!?
—Pero... pero... —tartamudeó el rey Flavio, que nunca tartamudeaba—. ¿Cuál es el sentido de invitar a nuestra peor enemiga a la más importante de nuestras fiestas?
—Mis queridos reyes —respondió Strogonoff con la calma que lo había hecho célebre. Ustedes saben tan bien como yo que la bruja Agatha lanzó su maldición sobre Bella con motivo de no haber sido invitada a la fiesta. Pues... ¡prevengámonos! Invitémosla a la fiesta de Sofía y quitémosle todo motivo para atentar contra la familia real. Deben saber, vuestras majestades, que la paz se hace con los enemigos. No hace falta hacerla con los amigos, pues con ellos ya existe una relación pacífica. Les recomiendo invitar a Agatha, como si fuera otra de las brujas buenas. Más vale tenerla de invitada que de enemiga.
Los reyes pidieron al profesor tiempo para meditar su consejo.
Se retiraron a la alcoba real y regresaron cuando Strogonoff terminó su almuerzo. El profesor les pidió permiso para retirarse a su siesta diaria antes de recibir la respuesta real, y sus anfitriones se lo concedieron. Por la tarde, Flavio y Adriana respondieron que aceptaban el consejo: invitarían a Agatha a la fiesta.
IV
No se recordaba en el reino una fiesta tan fastuosa, elegante y cálida desde la boda de Bella.
De todos los reinos, de todos los imperios, e incluso de aquellos países donde ya no había reyes ni emperadores concurrieron invitados: gentes de la corte, grandes dignatarios, científicos e historiadores de escasos recursos económicos. También, por supuesto, las tres hadas buenas: Marcia, Flora y Azulina.
Como a todos los invitados, los reyes hicieron llegar a Agatha una tarjeta enmarcada y bordada en oro, convocándola al cumpleaños de quince de Sofía. Pero cuando ya el banquete promediaba, la bruja no se había hecho presente.
Flavio la aguardaba con enfermiza ansiedad, pero Adriana comenzaba a concebir la esperanza de que no concurriera. Emil Strogonoff mantenía su impasible calma.
Para los postres, poco antes de que Adriana se dispusiera a decir unas breves palabras y regalara a su hija una corona de oro y perlas, y una provincia oriental; poco antes de que las tres hadas buenas bendijeran a la quinceañera con dones sobrenaturales, un rayo siniestro atravesó el gigantesco salón y apareció Agatha flotando justo en el medio entre el piso de plata y el techo de mármol.
—Malditos —gritó—. Malditos los reyes, malditos los invitados y maldita la homenajeada.
Flavio tragó sin masticar el trozo de pastel que tenía en la boca: ¿acaso no le había llegado la invitación? ¡Tres pajes y dos guardias le aseguraron que la había recibido la bruja en persona!
Strogonoff miró con severidad a la reina Adriana: ¿acaso no habían seguido su consejo, no la habían invitado?
Fue Adriana, demostrando la profundidad de la oculta valentía de las mujeres, la que se atrevió a responderle con un grito de madre injuriada:
—Te hemos invitado a nuestra fiesta, Agatha. Como a todos, te enviamos una tarjeta enmarcada y bordada en oro. ¿Por qué no ocupas tu lugar en la silla, lo que te ha sido ofrecido en buena ley, en lugar de amenazarnos sin sentido?
—Claro que me habéis invitado, desdichados. He llegado un poco tarde, pero de todos modos antes de que termine la fiesta. A tiempo para condenar a tu hija a que duerma eternamente no bien se pinche con una aguja.
Proferida la maldición, lanzó un nuevo rayo, sólo sobre Sofía, que la hizo brillar malsanamente durante un segundo. Las hadas, una vez más, nada podían hacer para romper ese hechizo.
Flavio, alentado por la valentía de su esposa, gritó a la bruja:
—¡Cómo te atreves, ingrata! En la fiesta anterior nos dijiste que tu furia se debía a que no te habíamos invitado... ¿Por qué nos atacas ahora?
Agatha se tomó un instante para responder, como si lo pensara, y habló con indolencia:
—He descubierto algo sobre mí misma y creo que tal vez ustedes debieron haberlo sabido antes que yo: soy mala porque sí. No me importa si me invitan o no a sus fiestas; maldeciré a cada una de sus hijas.
—Tiene toda la razón, Majestad —dijo Strogonoff sin perder la calma—. Reintegraré vuestros honorarios y abandonaré mi profesión. Definitivamente, hace falta más que un estratega para vencer el enigma del Mal.
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Marcelo Birmajer nació en Buenos Aires, en 1966. Es escritor. Ha publicado, entre otros libros, Un crimen secundario (novela, 1992), El alma al diablo (novela 1994), Fábulas salvajes (1996), El fuego más alto (cuentos, 1997), Ser humano y otras desgracias (cuentos, 1997), Historias de hombres casados (cuentos, 1999), No tan distinto (novela 2000), Tres mosqueteros (novela, 2001), Nuevas historias de hombres casados (cuentos, 2001), Últimas historias de hombres casados (cuentos, 2004) y Los Caballeros de la Rama (cuentos, 2004). Es co-autor del guión cinematográfico “El abrazo partido”, ganador del premio al Guión Inédito en el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana 2002 y del Oso de Plata en Berlín 2004, del premio Clarín al mejor guión y mejor película, y nominada al Oscar por la Academia argentina de cine. Ha ejercido el oficio de redactor y colaborador en más de un cincuentena de medios gráficos de habla hispana. Entre otros, ha publicados artículos y cuentos en la revistas Fierro, La Revista (del diario La Nación), Viva (del diario Clarín) y Página/30; en los diarios Clarín y Página/12; y en los diarios españoles ABC, El País y El Mundo. Escribe semanalmente en la revista Ya, del diario chileno El Mercurio. Algunos de sus libros han sido traducidos al alemán, al italiano, al holandés y al portugués. Fue honrado con el premio Konex 2004 como uno de los cinco mejores escritores de la década 1994-2004 en el rubro Literatura Juvenil.
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Cuento tomado de la revista electrónica de literatura infantil y juvenil Imaginaria, Buenos Aires, No. 131, de fecha 23/06/2004. Extraído a su vez del libro Los Caballeros de la Rama. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2003; colección Próxima Parada Alfaguara, Serie Azul.
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